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Esta esperanza, no sólo es aguardada por la creación, sino por todos aquellos que andan en el Espíritu. Esta “esperanza” que es la vida eterna, Dios la deposita en cada hombre en el momento de su nuevo nacimiento (Tito 1:2; 3:7). La esperanza tiene que ver con algo futuro, aunque inminente. Somos salvos ahora (Jn 3:36), pero a la vez tenemos una esperanza de vida eterna. Esto significa que, aunque tenemos ahora la vida eterna por la fe en Jesucristo, habremos de mantenernos en esa fe, y en ese andar en el Espíritu, para alcanzar nuestra final glorificación (1 P 1:5; 1 Ts 5:9). La esperanza nos hace gemir dentro de nosotros, pues aun nuestro cuerpo físico anhela ese total descanso en Dios. La glorificación se refiere al día en que nuestro cuerpo físico, durante el arrebatamiento de la iglesia, sea transformado o sea resucitado con los que durmieron en Cristo (1 Ts 4:16-17) y hecho semejante al cuerpo del Señor (Fil 3:21).
Pablo explica lo que significa la “esperanza”: es una especie de fe con mirada hacia el futuro en donde el creyente aguarda con paciencia (Hebreos 11:1) aquello que se le ha prometido (Hebreos 10:23). El apóstol Santiago nos hace la misma recomendación de mantener esa esperanza (Stg 5:7, 8).