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Capítulos:
Los versículos 12 al 21 vinculan la primera parte de la epístola con los siguientes tres capítulos. Pablo retoma el tema de la condenación ocasionada por Adán, y de la justificación otorgada por Jesús, para continuar en los siguientes capítulos con el tema de la santificación.
Adán es símbolo de la vieja creación mientras que Cristo es presentado como emblema de la nueva creación. Como resultado del pecado de Adán (aun cuando primero pecó Eva, era Adán quien ostentaba la categoría de ser cabeza), la muerte entró en el mundo. El pecado afectó a toda la humanidad, su naturaleza se volvió pecaminosa, culpable y corrupta, transmitiéndose a través de todas las generaciones.
Los diez mandamientos fueron la revelación escrita de la ley divina. Antes de la Ley aunque había pecado, no existía transgresión -quebrantamiento de normas, leyes o costumbres- por lo tanto, el pecado no se imputa como transgresión cuando no hay ley que lo prohíba. Sin embargo, en ese período la muerte reinó -desde Adán hasta Moisés.
El apóstol presenta una analogía entre Cristo y Adán; siendo Adán un tipo de aquel que había de venir después de él; la intención es clara, exaltar las bendiciones que Cristo proveyó, comparándolas con el mal que siguió después de la caída.
El hombre no condenado por tener una naturaleza pecaminosa, sino por su rechazo de la salvación que Cristo le ofrece. Como se ha dicho por muchos: “el hombre no es pecador porque peca, sino que peca porque es pecador”. Por lo tanto, la responsabilidad y privilegio de la iglesia es ser luz en un mundo de tinieblas, sabiendo que al predicar en el poder del Espíritu Santo, muchas almas serán arrebatadas de un destino fatal.