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Aquí el apóstol Pablo pasa de cómo una persona logra su salvación, a cómo la fe es producida. La fe se produce cuando una persona oye la Palabra de Dios. Sin embargo, debe decirse que también Dios puede lograr que una persona se interese por las cosas eternas: “Porque Dios es el en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad” (Fil 2:13) tanto como fue poderoso para hacer que Israel se negara a escuchar, a fin de abrir la puerta a los gentiles, de ello dice Jesús citando a Isaías 6:9-10, “Porque el corazón de este pueblo se ha engrosado, y con los oídos oyen pesadamente, y han cerrado sus ojos; para que no vean con los ojos, y oigan con los oídos, y con el corazón entiendan, y se conviertan, y yo los sane” (Mt 13:15). Puesto que Dios interviene para interesar a una persona en Él, y puesto que el Espíritu Santo le convence de pecado, de justicia y de juicio (Jn. 16:8), queda a los creyentes la importante función de rogar por su salvación. Luego la persona oirá la Palabra, y surgirá la fe que es esencial para dicha salvación.
Es muy importante entender que se recalca el efecto de la Palabra de Dios, no tanto las palabras del que testifica o predica. Muchos de los mensajes hoy en día usan muy poco La Palabra de Dios. Parten de un texto o pasaje, conforme a la costumbre, tocándolo brevemente en el desarrollo del sermón. Experiencias, testimonios y pláticas motivacionales, pueden tener impacto, pero no tanto como la Palabra de Dios. Recuérdese lo dicho por el profeta Isaías: “ Así será mi palabra que sale de mi boca; no volverá a mí vacía, sino hará lo que yo quiero…” (55:11)