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ROMANOS CAPÍTULO 8
Viviendo en el Espíritu, 8:1-27

Nota preliminar: Para tener un mejor entendimiento del capítulo 8 de Romanos se necesitan comprender los dos capítulos anteriores. El capítulo 6 trata del estado actual de todo aquel que ha experimentado una salvación genuina: la garantía de su victoria sobre el pecado. Por lo tanto, no somos ya esclavos del pecado (Ro 6:15-18), nuestro viejo hombre ha sido crucificado (Ro 6:6) y es necesario “considerarnos muertos” al poder de éste (Ro 6:11). Esto último es un requisito esencial para lograr la victoria en la práctica. Es un requisito de fe. Creemos que Cristo nos ha hecho libertos del pecado, no para vivir bajo nuestros esfuerzos personales para alcanzar justicia sino convencidos de que Él fue todo suficiente para pagar el precio por nuestros pecados. En el capítulo siguiente, Pablo presenta un cuadro de todo aquel hijo de Dios que aún no ha muerto a la ley (vv.1-3). Esta muerte a la ley es indispensable (vv. 7-25) ya que si no se realiza siempre estarán luchando la vida carnal contra la espiritual.

Ahora Pablo nos habla de la vida en el Espíritu Santo. El capítulo 8 de Romanos es la cumbre de nuestra vida en la tierra, y un preludio de nuestra glorificación futura. Así, este capítulo es considerado uno de los más importantes en el entendimiento de la vida cristiana cotidiana.



Romanos 8:1-2
“Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu. Porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte”.


La expresión “ahora pues,” nos habla de la solución que Dios da a la condición anterior. Evidentemente el hombre no nace de nuevo para continuar esclavizado al pecado (Ro 7:14). Dios envió su Espíritu para que la victoria alcanzada por Cristo en la cruz sea realmente efectiva en la vida de cada cristiano. El término “ninguna condenación”, habla de dos asuntos:
Primero, habla de la ley condenatoria de Dios: todo aquel que nace, nace en pecado (Salmo 51:5; Ro 5:12), debido a la maldición heredada desde los inicios de la humanidad (Génesis Cap.3). Como consecuencia el hombre se ve “obligado a pecar” debido a la condición de su propia naturaleza. Pero si estamos en Cristo, no tenemos esa condenación, puesto que nuestra naturaleza ha sido cambiada, ahora somos nuevas criaturas en Cristo Jesús (2 Co 5:17), somos hechura suya en Él (Ef 2:10), Dios nos llama santos (Ef 2:19), y ya no estamos condenados a vivir una vida de miseria espiritual.

Segundo, se refiere a las consecuencias del pecado, a la maldición de éste (p.ej. Deut 28), como enfermedad y angustia derivadas de una vida pecaminosa. El Señor pagó el castigo de nuestra paz y por sus llagas fuimos curados (Isaías 53:5).

“Estar en Cristo” significa no andar conforme a la carne, sino conforme al Espíritu.
Pablo revela cual es la ley a la que todo cristiano debe estar sujeto, a la ley de Espíritu de vida en Cristo. Ésta es la ley de fe en los méritos del Señor que da por concluida de una vez por todas el régimen de la ley del pecado y de la muerte en el creyente. Expresa que, si andamos en el Espíritu, el pecado no puede enseñorearse de nosotros (Ro 6:14) y tampoco experimentaremos la forma como el pecado paga: la muerte (Ro 6:23).

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