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Como se ve en la historia narrada por Lucas, no quiso que quedara fuera cada detalle y presenta a Cornelio recibiendo a Pedro hincándose y adorándolo. La perspectiva de Cornelio por su contexto cultural y religioso (fusión de mitología griega y romana) en el cual creció, junto con todo lo que estaba viviendo, -la visión con el ángel- le daba la impresión de que estaba viviendo en una dimensión celestial, como si uno de sus dioses mitológicos lo visitara en el momento en que llego Pedro a su casa. Pero por otro lado se muestra al Apóstol que creció en la verdad y bajo la ley, en el conocimiento del único Dios vivo y verdadero, fuerte y celoso (Dt 6:4-6) (Lc 4:8) que no iba a permitir ninguna adoración a su persona.
Al correr de los siglos, cuando declararon a Pedro el primer Papa de la Iglesia popular, sus sucesores, papas, arzobispos y obispos, “escondieron debajo de la alfombra”, su humildad, y la no aceptación de que se le adorara, besara la mano y otras pleitesías. Harán bien muchos líderes cristianos encumbrados, por éxitos alcanzados, en recordar esa humildad.
Pedro al ver tanta gente inconversa reunida en casa de Cornelio, les dio testificó de cómo Dios había tratado con él para que pudiera estar ahí. Pero también tenía la incertidumbre y no sabía con precisión la razón por la que estaba en esa casa, solo estaba consciente que era un plan de Dios.
Dios es tan grande en su misericordia, como en su amor, que vino a manifestarse al hombre, como dice el salmista “¿Qué es el hombre, para que tengas de él memoria, Y el hijo del hombre para que lo visites?”(Sal 8:4-5) y sigue diciendo la escritura “Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero.” (1 Jn 4:19).