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El testimonio de Ananías fue notorio ante la comunidad judía, todos lo reconocían como una persona piadosa que guardaba la ley de Moisés. Era sensible a la voz de Dios para recibir indicaciones, por lo que fue la persona indicada para orar por el apóstol. Pablo relató en su testimonio que Ananías oro por él y luego recibió la vista. Pablo estuvo tres días sin probar alimento ni bebida (Hch 9:9).
Ananías fue un creyente temeroso, que además cumplía la ley de Moisés, quien no tuvo impedimento para obedecer el mandato de Dios aun siendo un miembro laico. El buscó a Pablo, oró por él imponiéndole las manos trayéndole la sanidad física y la llenura con el Espíritu Santo. También le reveló el plan de Dios para su ministerio y finalmente lo bautizó.
El relato en Hechos no da más información sobre Ananías. Pero cabe recalcar que Ananías no fue solamente un hombre usado por Dios para dar palabras de ánimo, sino también para obrar milagros. De ahí, que hacer milagros no fue un don exclusivo para los apóstoles de Jesús, sino también, se debe saber que Dios ha dado a los creyentes autoridad para realizar obras maravillosas que den testimonio de su poder y gracia. (Mr 16:17,18)
En este segundo testimonio sobre su conversión Pablo omitió algunos detalles, como la imposición de manos; también, omitió que Dios le había mostrado a Ananías que se le había aparecido en el camino a Damasco, y que cuando oró por él recibió al Espíritu Santo (Hch 9:15-18). Fue necesario que Pablo recobrara la vista física y recibiera la vista espiritual, pues no había sido suficiente su formación rabínica desde su temprana edad en la ley de Moisés. Ahora tenía un encuentro personal con el Señor, misma que le cambio el curso de su vida.