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El templo reconstruido por Herodes, además de ser más grande, tenía un espacio en el exterior llamado atrio de los gentiles, que colindaba con el patio de las mujeres. Contaba con varias entradas para ingresar a los atrios y las puertas tenían nombres a fin de identificarlas.
El templo era un lugar muy concurrido especialmente por la tarde, cuando subía numerosa gente a orar, algo característico del pueblo judío. A un lado de la puerta la Hermosa, acomodaba su familia cada día, a un hombre cojo para que pidiera limosna. Esa puerta era llamada así porque era una bella puerta de bronce, labrada con incrustaciones de oro y de plata. (a algunos templos evangélicos, se les llamó en el pasado, por una mala interpretación: “Templo la Hermosa”, pensando que así se llamaba un templo en Jerusalén)
Este hombre cojo, lo era de nacimiento, lo tenían que traer y llevar cada día. Era tan conocido que cuando fue sanado milagrosamente, la gran mayoría lo pudo identificar, incluyendo a los miembros del concilio, compuesto por sacerdotes, ancianos y escribas. ( dijeron: “señal notoria a todos los que moran en Jerusalén” Hch 4:16).
La obediencia y la fe de los apóstoles trajo como resultado numerosos milagros y señales, ya mencionados en el capítulo anterior (2:43) Éste, es un ejemplo más, cuando gozosos subían a la oración.
Seguramente habían visto al cojo innumerables veces y tal vez le dieron alguna moneda cuando lo oyeron pedirla, pero ahora fue diferente, venían de un período intenso de oración, acompañado de sanidades, señales y maravillas de todo tipo, que incluían la repartición generosa de recursos.
La voz plañidera fue escuchada como nunca.
El verdadero creyente jamás deja que el necesitado se quede sin ayuda, busca la manera de tenderle la mano. Una palabra de consuelo, una oración, alimento o vestido (Mt 25:35.36). Siente compasión por su prójimo. La comunidad cristiana se caracteriza por ayudar al que menos tiene, principalmente a los hermanos en la fe.