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Este Simón impresionó poderosamente a los samaritanos ejerciendo sus poderes mágicos, tanto que decían “Este es el gran poder de Dios” y lo consideraban como el vehículo del poder y de la revelación divina. Sin duda, era alguien importante y sin duda también exhibía los poder mágicos del ocultismo.
Sin embargo, Simón mismo quedó sorprendido por lo que miraba en Felipe, y reconoció que ese mensajero del Dios verdadero tenía un poder muy superior al suyo, al grado que aceptó la palabra de Felipe con todo respeto, y “creyó”. Su creencia en la predicación de Felipe, sin duda era sincera, pero era superficial e inadecuada.
Esta clase de fe no es de extrañar, “muchos creyeron en su nombre, viendo las señales que hacía. Pero Jesús mismo no se fiaba de ellos, porque conocía a todos” (Juan 2:23), incluso, Jesús le atribuye poco valor a una fe basada solo en milagros. Por el contexto observamos que, en este caso, el término “creer” no se refiere a la fe salvadora (Stg 2:19–20). Es decir, no todo aquel que dice tener fe en Cristo es creyente fiel. Algunos ven en la iglesia algo que les agrada, que les hace sentir bien, y generalmente son aspectos secundarios que los ciegan y no les permiten comprenden verdaderamente el evangelio. Muchos acuden a los servicios de predicación con gran necesidad, y en su misericordia, Dios les escucha, y tristemente pasada la necesidad se olvidan de seguirle. Otros gustan de la música y del compañerismo, pero no desean ir más allá de eso.
Cuando los que escucharon y creyeron a la predicación del evangelio por Felipe, se bautizaron, aun Simón se apresuró a recibir el bautismo, y estaba tan sorprendido que seguía a Felipe a todas partes. Felipe los consideraba las “ovejas perdidas de la casa de Israel” (Mt. 10:5), mestizos, pero dignos de recibir el evangelio de Cristo.