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Cuando la situación atmosférica cambió a un momento más estable, los marineros aparentando preocupación por la tripulación intentaron abordar por la parte delantera el pequeño barco salvavidas llamado esquife. Una vez más con la autoridad práctica del hombre de Dios, Pablo insta al centurión y a sus soldados para detenerlos, con una advertencia si estos no permanecen en la nave, vosotros no podéis salvaros (v. 31). Ya para ese entonces la voz de Pablo era atendida y a continuación los soldados cortaron las amarras que detenían al barco salvavidas. También era necesario que todos acataran las instrucciones de permanecer juntos, para que se cumpliera la promesa dada a Pablo de que salvarían la vida “todos los que navegan contigo” (v. 24).