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Con la total claridad del panorama debido a la luz del día, los tripulantes se percataron que estaban a las orillas de una tierra desconocida para ellos, sin embargo, divisaron a los lejos cierta bahía (la ensenada) con una playa, tal ha de haber sido el alboroto que se pusieron de acuerdo en navegar allá y atracar lo que restaba de la nave. Para aumentar las probabilidades de éxito decidieron cortar las cuerdas de las anclas dejándolas en el mar, levantaron las paletas traseras que la hacían de timones, asegurándolas en la parte de atrás y finalmente levantaron la vela principal ¡para que el viento los dirigiera rumbo a tierra! He aquí el consejo efectivo de Pablo al no permitir que los marineros abandonaran la nave (v. 31).