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Al darse cuenta Festo que las cosas no habían sucedido como él esperaba, llamó a sus consejeros para tener una mejor opinión y resolutivo. El debate fue analizar, si Festo juzgaba a Pablo y lo dejaba libre se convertiría en enemigo de los judíos o remitirle a César (Nerón) para lo cual debía enviar una carta con los cargos de se le acusaba.
Mientras Félix fue gobernador, Pablo no apeló porque se le consideró inocente y esperaba que de un momento a otro lo absolviera y quedara en libertad.
Al llegar Festo sintió que su situación se tornaba peligrosa, pues en Jerusalén la fuerzas romanas podían ser rebasadas por las fuerzas locales, por el otro lado Pablo tenía confianza en la justicia romana, pues en varias ocasiones tuvo finales felices en los tribunales: como en Corintio ante el tribunal Galión (18:12-17)
Por petición de Pablo de comparecer ante César, Festo se sintió aliviado de aludir la responsabilidad de juzgarlo.
Este era el propósito de Dios que Pablo llegara a Roma, todo estaba bajo el control de Dios, no era una casualidad, sería su gran oportunidad de llevar el evangelio al emperador y también de pedir el reconocimiento de las iglesias gentiles como asociaciones autorizadas, además de su seguridad personal.
Festo tendría que elaborar un informe detallando el motivo del traslado de Pablo a Roma, sin embargo en ese momento carecía de suficiente información, pues tendría que leer los registros de las comparecencias anteriores y la carta que Claudio Lisias había enviado, junto con el preso.
Este era un trabajo difícil para el gobernador, ya que desconocía muchas cuestiones acerca de la religión y de la ley judía y necesitaba mas pruebas sobre este asunto.