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Llegando a Antioquía de Pisidia, la cual estaba en la parte sur de la región que los romanos conocían como Galacia y que había sido fundada por Seléuco Nicátor y su hijo Antíoco (301-281 A.C). Más tarde, cuando el reino gálata llegó a ser una provincia romana en el 25 A.C., Antioquía formó parte de ella. En esta importante ciudad se estableció una gran colonia de judíos prósperos e influyentes con una gran sinagoga, la cual fungía como centro de enseñanza, una fuente de ayuda para las necesidades de la comunidad, un lugar de reuniones y una corte de justicia. Las sinagogas llegaron a ser una parte vital de la vida pública en las comunidades gentiles. En ella adoraban juntos cuatro grupos: los judíos nacidos en la dispersión, los nacidos en Israel, los convertidos al judaísmo (prosélitos circuncidados) y los gentiles que demostraban un interés pero no estaban dispuestos a comprometerse.
Aquí de paso, el narrador Lucas menciona cual era el orden de culto en una sinagoga. “después de la lectura de la ley y de los profetas”, esa lectura se llevaba cerca de la tercera parte de la liturgia, realizándose después de hacer oraciones y de recitar el imprescindible “Shema” de Deuteronomio 6:4: “Oye Israel, Jehová nuestro Dios, Jehová uno es. Y amarás a Jehová tu Dios de todo tu corazón, y toda tu alma, y con todas tus fuerzas”, que se sigue repitiendo por casi 3500 años.