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Fortalecidos, alimentados, lavadas sus heridas, y sobre todo gozosos de ver una casa entera venir al Señor, los apóstoles recibieron la mañana con el mensaje de los magistrados para su liberación. Es probable que creyeran que una noche de castigo podía ser suficiente para que dejaran de predicar sus buenas nuevas, pero toparon con una sorpresa. Escucharon la noticia de lo acontecido aquella noche y cómo los hombres juzgados y castigados estaban ahora en la casa del carcelero perfectamente atendidos. Razón de más para librarse del problema sacándolos de su ciudad.
Sin embargo, ahora ellos son los que se encontraron en problemas, pues al regresar los alguaciles recibieron la noticia de que aquellos hombres no querían salir, y además se declaran ciudadanos romanos. ¿cómo es posible que no hubieran indagado esto la noche anterior? Esa y otras preguntas surgieron en la mente de aquellos miserables hombres que ahora podían ver cómo se cernía sobre ellos las consecuencias de su terrible falla legal. Un ciudadano romano tenía que ser juzgado con estricto apego al derecho, pero estos hombres ni siquiera fueron escuchados. Se les castigó sin juicio, se les encarceló sin derechos y esto era motivo más que suficiente para que sus carreras de magistrados corrieran riesgos, por no decir sus vidas mismas.
Pablo y Silas apelaron a su ciudadanía aprovechándola como un medio que Dios les había provisto para tener mayores libertades en el mundo gentil donde se adentraron para predicar el evangelio. Sin duda dicha ciudadanía les abrió puertas más de una vez para tener acceso a lugares y personas que de otro modo no tendrían; la oportunidad de llegar a aquellos que quizá de no ser por este incidente, jamás hubieran escuchado las buenas nuevas.
Ahora que tenían la atención de los magistrados por fin pudieron identificarse libremente y “les rogaron” que salieran de la ciudad. Ahora no ordenan con soberbia y presunción, sino suplican con humildad su perdón.
El último versículo de este capítulo muestra la nobleza del corazón de los siervos de Dios, pues ignorando a los magistrados salieron de la cárcel sin proceder en su contra y se concentraron en cumplir su llamado. Fortalecieron la fe de la nueva iglesia establecida en casa de Lidia, a la que seguramente se adhirió el carcelero y toda su familia, y emprendieron el viaje hacia otras ciudades de Macedonia y Acaya,(la Grecia actual) pues en Filipos se inició el gran proyecto que llevaría bendición a Tesalónica, Berea, Atenas y Corinto y propiciaría la redacción de las invaluables epístolas de Pablo, sin las cuales “la explicación de nuestra salvación”, -como llamó Myer Perlman a las epístolas- estaría incompleta.