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Una vez más las palabras del apóstol Pablo habían dado en el blanco, Festo igual que la multitud que gritaba en contra de Pablo interrumpiéndolo, cuando dijo la palabra “gentiles”, allá frente a la torre Antonia; ahora el gobernador interrumpió la defensa que estaba haciendo el Apóstol, porque él mismo estaba siendo redargüido.
Con la confianza y seguridad que le dio el Espíritu Santo a Pablo, le responde “excelentísimo Festo hablo palabras de verdad y de cordura”. Hasta el momento su discurso había sido con responsabilidad y sensatez, nada fuera de la realidad, todo basado en el Antiguo Testamento y en su testimonio. Y tanta era su cordura que lo llamó por su nombre utilizando un título de respeto que solo se les daba a las autoridades de un alto rango como el de procurador. Todo su discurso fue dirigido al rey Agripa, pero el procurador Festo había estado muy atento, aunque poco familiarizado con la escritura y con la fe cristiana y sin aceptar la resurrección de Jesús.
Además todos sabían acerca del Jesús crucificado, para ninguno era desconocido, por tal motivo hablaba con tanta familiaridad con el rey Agripa II porque el rey conocía la ley, además su familia había estado en el poder durante todos los sucesos con el cristianismo y él era el encargado de poner y quitar a los sumos sacerdotes, a los cuales conocía muy bien.
Durante el tiempo que habló con Festo trató de involucrar al rey a quien estuvo elogiando por su conocimiento y la confianza que le había brindado, por lo que le recordó “nada de esto ignora, pues no se ha hecho esto en ningún rincón”, un adagio muy utilizado en forma peyorativa por los filósofos, hacia los maestros con poca educación. De esta forma Pablo está refutando la acusación de Festo de que estaba loco.
Pablo en este capítulo se dirige al rey cuatro veces por su título real y su nombre ( vv 2, 7, 19,27) y dos veces por su título real (vv 12, 26).
Pero en esta última vez que se dirigió a él le lanzó una pregunta personal, ¿crees oh rey Agripa a los profetas? Una pregunta que puso al rey, entre la espada y la pared. Si contestaba que no, se echaría de enemigo a los judíos, y si contestaba que sí corría el riesgo de que Pablo le dijera que aceptara la revelación del cristianismo y perdería su prestigio. Pareciera ahora que los que están siendo acusados son el gobernador, el rey, Berenice su mujer, y toda la audiencia; y que el juez es Pablo, quien les está hablando de Jesús, sin pronunciar su nombre.
Antes de dejarlo responder, en la misma pregunta Pablo le da una respuesta positiva, diciendo intuitivamente que él sabía que sí creía en los profetas. Agripa como autoridad del templo y sus autoridades, estaba obligado a confesar su fe en los profetas, pero desde luego no quería aceptarlo, de la manera como Pablo estaba aplicando las profecías en la persona de Jesús.