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El discurso sorprendió al Sanedrín pues los discípulos eran simples legos (indoctos en la tradición de los escribas) hombres ordinarios, no preparados para enseñar; los conocían, pero veían la imagen de Cristo en ellos y representaban una amenaza para el sistema religioso. La predicación de Pedro y Juan venía de lo alto mientras que las estrategias de los líderes judíos solo provenían de la sabiduría terrenal. La gente se maravillaba por la palabra predicada, reconocían a estos hombres como discípulos del Señor y no podían argumentar en contra de ellos al ver el milagro del hombre sanado.
La iglesia primitiva se constituyó en una fuerza dinámica por el ejercicio de un sacerdocio universal en el que cada creyente fungió como testigo de Cristo, proclamando su mensaje hasta conmover los corazones de las personas.
Un discípulo de Jesús convence a la gente del poder del evangelio al reflejar una diferencia en su vida y en sus acciones desde que aceptó a Cristo como su salvador. La religiosidad siempre es intolerante ante el evangelio entusiasta y vital que produce resultados. “les reconocían que habían estado con Jesús”. Esta declaración es como un termómetro espiritual, que mide nuestro grado de acercamiento al Señor. Dios nos hace un llamado, a vivir la vida piadosa y a la proclamación de su palabra en el poder del Espíritu Santo.