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HECHOS CAPÍTULO 15 El concilio en Jerusalén, Hch. 15:1-35

Hechos 15:1-5
“Entonces algunos que venían de Judea enseñaban a los hermanos: Si no os circuncidáis conforme al rito de Moisés, no podéis ser salvos. Como Pablo y Bernabé tuviesen una discusión y contienda no pequeña con ellos, se dispuso que subiesen Pablo y Bernabé a Jerusalén, y algunos otros de ellos, a los apóstoles y a los ancianos, para tratar esta cuestión. Ellos, pues, habiendo sido encaminados por la iglesia, pasaron por Fenicia y Samaria, contando la conversión de los gentiles; y causaban gran gozo a todos los hermanos. Y llegados a Jerusalén, fueron recibidos por la iglesia y los apóstoles y los ancianos, y refirieron todas las cosas que Dios había hecho con ellos”.


Todo marchaba de maravilla. El viaje misionero había sido más que exitoso a pesar de los inconvenientes que se presentaron. El regreso se dio sin contratiempos y el informe trajo gozo a la iglesia que los envió. Parecía todo miel sobre hojuelas, pero no por mucho tiempo.

“Venían de Judea”. Personas con alguna autoridad, -que viajaron de Judea a Antioquía- para poder expresarse delante de los hermanos gentiles que no eran circuncidados y no cumplían las leyes judías. Habrá que notar que para un judío la forma de salvación incluía e incluye el cumplimiento de la Ley, lo cual era imposible lograr sin ser judío; por lo que para que un gentil pudiera ser salvo no bastaba cumplir la Ley, sino que debía hacerse judío. Los gentiles que aceptaban la fe judía debían “convertirse” en judíos por un proceso que incluía entre otros requisitos la circuncisión, lo que permitía llegar a ser “judíos prosélitos”.

Por su puesto el tema de fondo está en el hecho de si sólo los judíos recibirán salvación. Los pasajes del Antiguo Testamento sobre el alcance de la bendición de Dios para los gentiles eran interpretados como una inserción en el pueblo escogido, nunca como un nuevo cuerpo de personas de todas las naciones. En pocas palabras, los judíos nunca entendieron “el misterio de la iglesia” pues creyeron que ellos serían por siempre el pueblo por el cual Dios proveería salvación. Así que al surgir la iglesia creían que sería solo un grupo más de judíos de sangre y prosélitos dentro de la nación escogida.

Nota doctrinal

“el misterio de la iglesia” : correspondió al teólogo de teólogos, Pablo, apóstol de los gentiles, explicar lo que los judíos convertidos, no entendían sobre la universalidad del mensaje de Jesús y creían que la salvación de los gentiles se tenía que ofrecer siempre a través de ellos. En la Epístola a los Efesios cap. 3:1-11 describe el misterio: “misterio que en otras generaciones no se dio a conocer… como ahora es revelado a sus santos apóstoles y profetas por el Espíritu: que los gentiles son coherederos y miembros del mismo cuerpo, y copartícipes de la promesa en Cristo Jesús por medio del evangelio” El Concilio en Jerusalén citado más adelante sirvió para dilucidar ese punto tan importante.

“No podéis ser salvos”. Los argumentos de los judíos de Judea no hubieran sido tan inquietantes si las conclusiones de su lógica no tuvieran terribles consecuencias para la doctrina de la salvación. Afirmar tajantemente que no podían ser salvos era, y es, limitar el poder de la obra de Cristo en la cruz y contravenir el concepto de gracia que ya entendían los enviados como Bernabé y Pablo, además de Pedro y otros líderes de la iglesia (Hch 11:1-18). A más de considerar las terribles consecuencias teológicas, esta información debió causar una crisis en la iglesia. Pensamientos encontrados, frustraciones y hasta una confusión que los llevara a cuestionarse si la salvación era realmente posible, si eran o no salvos, e incluso si existía en verdad una salvación para los gentiles.

Era de esperar que los exitosos misioneros al oír semejante declaración y entender sus consecuencias, levantaron la voz para defender la verdad que habían recibido y encontrado en las mismas Escrituras.

“Discusión y contienda no pequeña”, es la forma amable de Lucas para describir el caos que se presentó en aquel momento. Aunque Bernabé era de sí mismo un hombre pacificador y apacible (Hch 11:22-24), sabía defender sus ideas y la verdad bíblica; y ahí estaba Pablo, hombre acostumbrado a los debates, de carácter más arrebatado y apasionado que sin duda defendía con todas sus fuerzas la verdad. Por su parte, los venidos de Judea no eran fáciles de convencer. Arraigados en siglos de cultura, nada absolutamente los movía de “su verdad”, y su influencia debió ser muy considerable pues de otra manera rechazarlos hubiera sido el camino fácil.

Dentro de lo que cabe, se llegó a un consenso que permitió menguar los ánimos. Irían a presentar el caso ante los apóstoles y ancianos la iglesia en Jerusalén. Mucho se ha discutido en términos eclesiológicos sobre la razón por la que se tomó esta decisión, pero a la luz de los hechos y de la fuerte discusión que se suscitó, era sin duda necesaria la mediación de alguien más que interviniera en el caso. Por otro lado, el tema era trascendente no sólo para la iglesia de Antioquía de Siria, donde inició el debate, sino que afectaría a todas las iglesias gentiles ya fundadas y a las que se fundarían en el futuro; por no decir que incluso afectaría a la misma iglesia entre los judíos. Pero, sobre todo, el punto de quiebre se encuentra en el hecho de si la iglesia se sostendría sobre la verdad o sobre la cultura establecida y las imposiciones de un grupo de hermanos. Estaba en juego más que una cultura. El fundamento doctrinal de la iglesia estaba echándose apenas y ya aparecía lodo intentando mezclarse con la roca sólida de la doctrina de la salvación por gracia.

Cinco grupos de personas se harán presentes en todo el capítulo jugando un papel trascendente en esta histórica reunión. Los de las posturas en discordia, llamémosles judaizantes, los pro gentiles, los apóstoles, los ancianos, y la iglesia de Jerusalén.

En el caso de los pro gentiles, es notorio ver cómo la iglesia de Antioquía les otorgó su respaldo. Iban a Jerusalén en su representación, y como tales, la iglesia los encaminó en su viaje a Jerusalén. No iban solos, otros hermanos además de Pablo y Bernabé los acompañaron, muy probablemente entre ellos algunos creyentes gentiles.

En el viaje se detuvieron en dos lugares clave de su recorrido. Fenicia (probablemente se refiera a Tiro y/o Sidón), de donde es imposible no hacer la referencia al evento que Jesús vivió en esas tierras con una mujer sirofenicia (Mr 7:24-30), a quien otorga el bien de la salud de su hija sin merecerlo, sin ser judía, sin tener derecho alguno, mostrando así la gracia que traería para toda la humanidad. El otro territorio es Samaria, curioso que sea igualmente otro lugar donde Jesús mostró su gracia a favor de los no judíos, pues le era necesario pasar por Samaria (Jn 4:4). La estrategia de Pablo y Bernabé es clara, pasan por lugares de gentiles donde Jesús mostró su amor para ellos, y lo hacen contando lo que Dios ha hecho entre los gentiles de otras tierras, como mostrando que la gracia ofrecida a los fenicios y samaritanos por Jesús ahora se ha extendido a otras tierras lejanas donde más gentiles como aquellas mujeres puedan recibir el pan de la mesa y el agua de vida gratuitamente (Mr 7:28; Jn 4:13,14).

De ahí el gozo indescriptible de los hermanos, judíos la mayoría por el contexto, pero no es imposible que gentiles también, pues la mujer sirofenicia, su hija, y la samaritana junto con los que llevó a Cristo podían haber dado más fruto durante esos años (Jn 4:28-30; 39-42).

Llegados a Jerusalén después de un viaje lleno de remembranzas y de testimonios gloriosos, fueron recibidos por el pleno de la iglesia (el otro de los cinco cuerpos de personas que aparecen en el capítulo), los ancianos y los apóstoles. La recepción se dio en términos de compañerismo y fraternidad, teniendo incluso la oportunidad de compartir las cosas que Dios había hecho entre ellos, desde los primeros días en Antioquía predicando a los gentiles, hasta el viaje misionero y el recorrido que los llevó a la capital de Israel.

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