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Discurso de Pedro en el pórtico de Salomón, Hch 3:11-26

Hechos 3:22-23
"Porque Moisés dijo a los padres: El Señor vuestro Dios os levantará profeta de vuestros hermanos, como a mí; á él oiréis en todas las cosas que os hable; 23y toda alma que no oiga a aquel profeta, será desarraigada del pueblo.”


Pedro cita a Moisés el libertador, mencionándolo en su faceta de profeta que como tal le fue revelado que un día vendría el profeta- mesías levantado por Dios (Dt 18:15,16). Jesús fue ese gran y único profeta que al igual que Moisés vendría como libertador, pero con características que Moisés jamás tuvo a pesar de su grandeza.

Jesús vino como el mediador entre Dios y los hombres, como ningún ser mortal podría haberlo sido. Moisés había sido el mediador entre los israelitas y el Faraón; también había sido el libertador de Egipto, pero Jesús es el liberador del pecado. No puede haber un libertador mayor.

Algunos comentaristas opinan que esta palabra tuvo un cumplimiento parcial en Josué, (Num 27:18) y posiblemente también en Juan el Bautista, pero desde luego con las limitaciones entendibles. A Juan le preguntaban si él era el profeta, tal vez refiriéndose a la palabra profética de Moisés (Jn 1:21,25)

Pedro y Esteban (7.37) acertadamente presentaron al verdadero Mesías, al único que podía libertar del pecado. Como se sabe hoy por las genealogías de Mateo y de Lucas, Jesús fue un judío de linaje real, nacido en Belén de Judá, en condiciones sencillas, hermano de ellos, por raza, pero desconocido en ese entonces su ascendencia davídica.

No solo se dio la orden de escuchar a ese profeta en todas las cosas que hablara, sino que había una advertencia de que toda persona judía debería obedecer. “toda alma que no oiga a aquel profeta, será desarraigada del pueblo”. Interesante el poder asignado a este profeta, aún mayor del que tuvo Moisés. El que no obedezca dejara de ser de nuestro pueblo, dijeron Pedro y Juan.

Con el tiempo todos los apóstoles y el resto de los creyentes judíos, entendieron que ese poder y autoridad que recayó en Jesús de Nazaret, por ser Hijo de Dios, se iba a extender a todos los creyentes gentiles.

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