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Este cojo para recibir su milagro no necesitó orar, ayunar u ofrecer una manda, la fe de Pedro y Juan, actuaron en el hombre; sólo le dijeron, míranos, un contacto visual. Generalmente las personas que pedían limosna bajaban su vista y solo extendían la mano, pero los apóstoles querían que el hombre se diera cuenta que había algo mejor que el dinero, que era un día tan especial como el día de su nacimiento, que le estaban diciendo una gran verdad y por ello debía mirarles con atención.
La autoridad con la que Pedro habló y actuó, sabiendo que el poder del Espíritu Santo lo respaldaría, es ejemplar. Pues él no estaba haciendo esto en sus fuerzas, sino en el nombre que es sobre todo nombre, en el nombre de Jesucristo de Nazaret, aquel que ya había llevado las enfermedades y dolencias (Is 53:4). Algo similar había hecho Jesús con el paralítico (Mr 2:10; Mt 9:5; Lc 5:23; Jn 5:8))
Pedro sabía que el era el instrumento, pero el que obraba era Jesús, por eso audazmente le dijo: - No tengo oro, ni plata, pero lo que tengo te doy y le tomó por la mano derecha y el poder fluyó. …en el nombre de Jesucristo de Nazaret levántate y anda. Y esos pies y tobillos que nunca lo habían sostenido, tuvieron fuerza para ponerse en pie y aún saltar.