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El barco fue arrastrado hasta llegar a la pequeña isla de nombre Clauda al suroeste de la más conocida y extensa isla de Creta. Para entonces ya habían podido recuperar el esquife, un pequeño barco salvavidas que era remolcado en la parte de atrás, el cual decidieron subirlo a bordo asegurándolo con cables para evitar que se anegara con agua o que se estrellara contra el mismo barco, también recogieron las velas, que usualmente eran de forma rectangular de lona o de un gran lienzo de pieles cosidas que eran tan anchas como la medida del barco que ayudaba a alinear la embarcación en una sola dirección al deseo del capitán; sin embargo, en este caso los fuertes vientos eran contrarios a la dirección de la ruta deseada.
Ya para ese entonces, la tormenta incesantemente golpeba la nave y al tornarse más violenta, la tripulación decidió deshacerse de la carga de cereales arrojándolos al mar por la borda, además de las velas y algunos mástiles para quitar peso al barco y controlar la nave, ya que de lo contrario encallarían en las arenas movedizas de la Sirte del Norte de África al oeste de Cirene, conocido como el cementerio de barcos. La moral llegó al punto más bajo cuando no pudieron guiarse en la noche por las estrellas y en el día por la posición del sol, ya que esta era la brújula usual de navegación por los marineros. Ante tal marco desesperanzador, la tripulación había olvidado alimentarse.