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Los vientos habían favorecido el viaje por mar de Pablo y sus acompañantes por lo que tenía tiempo suficiente para estar en Cesarea, y luego llegar a tiempo a la fiesta del pentecostés en Jerusalén.
Llegó a Cesarea un profeta llamado Agabo, que a la usanza del Antiguo Testamento, predecía los acontecimientos futuros de manera objetiva, así que tomó el cinturón de Pablo y le reveló lo que el Espíritu Santo le estaba mostrando. Por el nombre de este profeta que no era tan común se cree que era el mismo que predijo el hambre en tiempos de Claudio (11:28).
Lo interesante es que Agabo no le aconsejó a Pablo que no subiera a Jerusalén, fueron los hermanos que le acompañaban, quienes le rogaron que prosiguiera. No era la primera vez que le profetizaban lo mismo, así que sus acompañantes, no aguantaron más y se pusieron a llorar; un cuadro de dolor como para hacer flaquear la fe de cualesquiera. Sin embargo, Pablo sólo estaba siendo advertido de los problemas que tendría en Jerusalén, a fin de que estuviera preparado para resistir los embates del enemigo y ser fortalecido en su fe. Él conocía bien a su ayudador y sabía que no iba solo (Ro 8:35-39)
¡Cuán admirable la confianza de Pablo en su salvador, no solo anima a sus compañeros para que dejen de llorar; sino externa su decisión de morir por el nombre de Jesús!
Estas personas querían ayudar a los planes de Dios, el amor de Dios en los hermanos se mostraba, tratando de persuadir a Pablo, para que no fuera a Jerusalén. Sin embargo, mostraron madurez espiritual al responder hágase la voluntad del Señor, frase similar a la usada por el Señor Jesús en el Padre Nuestro; así debía ser, dejando que Dios obrara y no interferir con sus planes. La voluntad de Dios es perfecta, y para experimentar el poder de Dios, Pablo debía enfrentar la situación y no huir de ella.
A lo largo de la narración en el libro de los Hechos, se puede notar que Pablo sabía que iba a padecer, porque el Espíritu Santo se lo había revelado, pero él estaba dispuesto a seguir (21:4,11,13,14). Los hermanos que le venían acompañando desde Mileto, siguieron con él hombro a hombro, orando para que Dios hiciera su voluntad, no le abandonaron, y los hermanos de Cesarea se unieron en intercesión permanente por Pablo. (Ver nota doctrinal Mt 6:10 y comentario Lc 11:2)
Al igual que la iglesia del primer siglo, los creyentes deben permanecer fieles y cuidar de su pastor, aunque se le profeticen padecimientos por causa Cristo. No abandonarlo, ser un fuerte apoyo en oración y cuidados, si es posible acompañarle a predicar el evangelio en lugares nuevos, como lo hicieron esos hermanos con Pablo.