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Al igual que Bernabé, (4:37) Ananías vendió una heredad, en acuerdo con su esposa Safira (“hermosa”en arameo) entregó sólo una parte fingiendo darlo todo. El pecado no consistió en conservar parte de sus bienes pues nadie los obligó a venderlos, su pecado fue simular que lo daban todo, buscando probablemente el reconocimiento de la comunidad. La iglesia experimentaba un mover espiritual sobrenatural, una de sus manifestaciones era la generosidad, los creyentes compartían sus bienes al ver la necesidad de sus hermanos, lo hacían en forma voluntaria, quizá, en un arranque emocional Ananías quiso mostrar grandeza de espíritu, pero finalmente su codicia le hizo retener parte del dinero. Al ser puesto en evidencia por el Espíritu Santo, no pudo argumentar palabra alguna, su castigo fue la muerte. Dios no puede ser burlado, la iglesia naciente debía ser instruida y evitar así los falsos profesantes.
El Espíritu Santo, conocido como la tercera persona de la trinidad, posee los mismos atributos que Dios y Jesús; El versículo 3 establece el atributo de omnisciencia, el Espíritu Santo conoce hasta lo más oculto de nuestro corazón, y el versículo 4 muestra que también es Dios. .
No se puede fingir entera consagración a Dios y retener parte de nuestro ser, “y amarás a Jehová tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas” (Deuteronomio 6:5); la fe no fingida surge del buen tesoro, del corazón, y se manifiesta de forma externa en adoración, conducta y también con las posesiones. “Mejor es que no prometas, y no que prometas y no cumplas” (Eclesiastés 5:5).