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La disposición de Pablo de hablar la palabra en todo momento se manifiesta, pues en cuanto vino Félix con Drusila, quienes vivían una moral muy relajada; lo llamaron para que les hablara acerca de la fe en Jesucristo.
Drusila quien había dejado a su esposo para vivir con Félix, necesitaba el perdón de su alma, Félix había sido esclavo, y para escalar al puesto que poseía había cometido todo tipo de atrocidades. Drusila nacida en el año 36 d. C. Hija menor de Herodes Agripa I, fue prometida al príncipe heredero de Comamgene de Asia Menor, pero el matrimonio no se formalizó, porque el novio no quiso convertirse en prosélito judío. Era una mujer notable en su época, con encantos superlativos, quien se casó con un rey sirio llamado Azizo de Emesa el cual aunque era pagano, estaba tan enamorado que accedió a someterse a todos los ritos judíos con tal de casarse con ella, sin embargo Drusila al poco tiempo lo abandonó para irse con Félix. Le dio un hijo llamado Agripa, quien murió en la erupción del Vesubio en el año 79 d.C.
Así que atentamente – como dos prisioneros, escuchando al preso libre- empezaron a escuchar el mensaje de Pablo quien de forma certera y guiado por el Espíritu Santo, les empezó a hablar de la justicia. Aquella que el gobernador debería aplicar pues para ello había sido puesto pero no la conocía. Cuando escucho hablar a Pablo no cabe duda que el Espíritu Santo le empezó a redargüir y se acordó de las injusticias cometidas a viudas y a huérfanos que había dejado sin padres, también de los sobornos recibidos y la avaricia con la que había gobernado reprimiendo la equidad y la justicia al pueblo judío.
Seguiría con el tema del dominio propio, especialmente dirigiéndose a Drusila, con ningún temor en su corazón; pues aunque Drusila conocía perfectamente la ley, no temía ni a Dios, ni a los hombres, mucho menos sujetaba sus pasiones.
Pablo el preso, parado frente a ellos sin temor a lo que le pudiera pasar, lleno del Espíritu Santo, siguió su mensaje haciendo del conocimiento de esta pareja, que hay un juicio venidero; seguro que condujo a sus oyentes a imaginar el gran trono blanco, cuando se abrirá el libro donde estarán escritas las obras de cada persona y un libro de la vida en el que solo aparecerán los nombres de los hijos de Dios.
Al oír esto Félix quedó petrificado. espantado en su asiento. El gran gobernador sentado en el banquillo de los acusados, redargüido de pecado, sabiendo que era culpable delante del todopoderoso Jehová de los ejércitos. Seguramente que el Espíritu Santo le decía, -arrepiéntete, como le dice a todos los hombres que escuchan el mensaje de salvación, ésta es tu oportunidad de librarte de la ira venidera, es la oportunidad de que tu nombre quede escrito en el libro de la vida.
Pero al “verse descubierto” optó como tantos, de posponer la respuesta que el Señor espera. Ahora vete; pero cuando tenga oportunidad te llamaré”.
Cada predicador debería entregar la palabra de Dios sin temor, sin quitarle o añadirle, sin buscar agradar a los oyentes. Cuando el Espíritu Santo redarguye, la persona es expuesta internamente y tiene tres opciones: aceptar, posponer o rechazar. Hablar con denuedo la Palabra como lo hizo el apóstol Pablo, lanzar la flecha directa al corazón para que en el día del juicio sean librados de la condenación eterna.