LBC Menú
Capítulos:
En un principio los creyentes se reunían en el pórtico de Salomón, por el lado oriental del templo. La muerte de Ananías y Safira tuvo un efecto purificador en la iglesia naciente, sobrevino un temor santo que no dividió a la iglesia, ni fue obstáculo en la expansión del evangelio. La presencia y el poder de Dios era tan vívida que no había quien hiciera falsamente una profesión de fe, el pueblo los alababa grandemente por ello. Pese a la oposición, su lugar de reuniones era público al igual que Jesús cuando enseñaba por las calles “Nadie pone en oculto la luz encendida, ni debajo del almud, sino en el candelero, para que los que entran vean la luz” (Lucas 11:33), se reunían donde todos pudieran verlos, aunque algunos temían. Todos tenían respeto por ellos al ser testigos de innumerables prodigios.
Según MacDonald, “Con la finalización del NT en forma escrita, finalizó fundamentalmente la necesidad de tales señales. Por lo que toca a las modernas «campañas de sanidad», sería suficiente con observar que de los que eran llevados a los apóstoles, todos eran sanados. Esto no es cierto de los llamados sanadores de fe.” Es falso esto último, pues aun en presencia de Jesús, no todos eran sanados y seguramente, lo mismo ocurrió con los apóstoles, en diversos tiempos. En esta época y siempre, como iglesia pentecostal enarbolamos la bandera de la continuidad de los dones, nacimos en el fuego y por el fuego la iglesia deberá seguir caminando.
Por influencia del postmodernismo en la iglesia, hay quienes pretenden rebajar las exigencias de Dios por el temor de que mengüe la congregación, sin embargo, este relato es un claro ejemplo que muestra cómo la iglesia se ha fortalecido cuando mantiene clara la visión de la santidad de Dios.