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Herodes el grande había mandado a construir la Torre Antonia en el lado noroeste del Templo, ahí estaba el tribuno (capitán principal) y la cohorte compuesta por mil soldados organizados en centurias (cien soldados), cada una de ellas comandada por un centurión. Prestos para intervenir ante cualesquier revuelta, pues Roma, conociendo a los judíos y previendo alteraciones mayores, intervenía inmediatamente, castigando con rudeza.
Solo los soldados podían salvar a Pablo, alguien corrió y le dio aviso al tribuno, quien inmediatamente quizá con unos doscientos soldados y sus centuriones hicieron acto de presencia, para prender y encadenar al que consideraban el agresor. La multitud enardecida pedía la muerte, los cristianos gritaban que era inocente, y el tribuno no entendía nada, por lo que ordenó llevarlo a la fortaleza.
Llevado en peso, esta vez Pablo estuvo muy cerca de la muerte; por lo golpeado que estaba este hombre tuvo que ser llevado por dos soldados casi cargado hacia la fortaleza; gracias a la intervención del tribuno Pablo conservó la vida. Aunque en ese momento el tribuno creía que llevaba a un insurrecto que andaba provocando revueltas.