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Como las acusaciones contra Pablo vinieron de los judíos, y el tribuno no comprendió lo que estaba sucediendo, lo mejor para él fue que el Sanedrín se encargara del asunto. Así, entonces si el acusado era inocente se le podía liberar, y si lo consideraban culpable, entonces lo enviarían al procurador romano.
En estas instancias los hermanos en Cristo debieron estar muy preocupados por la vida del apóstol Pablo. El mismo apóstol y sus compañeros debieron pensar que su ministerio había llegado a su fin, pero los planes de Dios eran otros.
Finalmente soltaron a Pablo para ser presentado ante el concilio, donde pronunció un breve, pero inteligente discurso que causó gran alboroto entre fariseos y saduceos que al escuchar a Pablo debatieron entre la verdad y la falsedad (Hch 23:9).
