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Al instante pudo ponerse de pie, caminar y saltar, cuanta alegría debió sentir al poder moverse libremente, ya no iba a llevar las manos en la tierra, no estaría mas inmóvil en un solo lugar, le que había anhelado toda su vida, Jesús se lo regalaba.
La gratitud del hombre sano estaba a flor de piel, entró con los apóstoles al templo y nótese que la gloria se la dio a Dios, alabando y saltando. Quería que todo el pueblo supiera que había ocurrido un milagro, su forma de alabar a Dios tan efusiva, hacía que la gente le reconociera, y no pasar desapercibido entre la multitud. A los discapacitados no se les permitía entrar al atrio, era la primera vez que el entraba al templo, mayor era su felicidad.
ECCAD en el expositor dedicado al libro de los Hechos expresa que “sus gritos contrastaban con la monotonía del templo, pues hacía tiempo que no sucedía ahí nada extraordinario”.
Este hombre era muy conocido, la gente estaba muy impresionada con lo que había visto y oído, ¿Cómo era posible que con solo decirle una frase, se haya levantado? No hubo oración larga, ni gritos, ni sacudidas, tan solo el Apóstol le tomó de la mano y el milagro sucedió.
Cosa curiosa, la multitud sintió temor. – ¿Quiénes eran esos hombres con tal poder? No sabían que la promesa de Jesús se había cumplido (Hch 1:8) y las señales estaban ocurriendo.