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La ley romana establecía que en caso de la fuga de un prisionero, esto significaba para quienes le custodiaban, recibir el mismo castigo que se había aplicado al prisionero; es decir, la muerte segura para los custodios. Es por eso que el carcelero de Filipos sabedor de esta pena pensaba quitarse la vida a no ser porque Pablo y Silas le informaron que los presos no habían escapado con el terremoto. (Hch 16:27,28) Herodes, de tan avergonzado por lo sucedido, prefirió irse de Jerusalén a su palacio de Cesarea.