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Generalmente se toma la frase: “El primer día de la semana”, para fundamentar que los creyentes, bajo el nuevo pacto, comenzaron a reunirse el domingo, que era el día que seguía al sabath o séptimo día, en la cultura judía, como lo es hoy en día, en la cultura occidental.
Algunos piensan que no hay una indicación precisa de parte de Jesús o los apóstoles, sobre el asunto, pero lo realizado por las mujeres y los apóstoles, el día de la resurrección de Cristo (“pasado el día de reposo, el primer día de la semana”), como se menciona en Mt 28:1; Mr 16:2,9; Lc 24:1; Jn 20:1,19 y luego la encomienda de Pablo en 1ª Cor 16:2 de levantar “una ofrenda para los santos”, ese día, junto a la “no prohibición” del Concilio en Jerusalén (Hch 15) de tener que guardar el sábado; son fuertes indicaciones de que la iglesia se comenzó a reunir el domingo para adorar a Dios, porque era el día de la resurrección de Cristo.
“Domingo” proviene del latín “dominus, dominei”= del Señor. Los cristianos lograron que prevaleciera el nombre, ante la avalancha idolátrica greco-romana, que llamó lunes a este día, en honor de la diosa luna; martes por el dios Marte, miércoles por Mercurio, jueves por Júpiter, viernes por Venus y aún sábado por Saturno. En inglés el día no se salvó, pues ha prevalecido Sunday (día del sol), aunque grupos de cristianos han querido llamarle Lordsday (día del Señor)
“y alargó el discurso hasta la medianoche”: aun cuando aquí solo se utiliza la palabra “discurso”, se sabe que Pablo incluía la discusión como parte de su método para enseñar la Palabra (Hch 19:8,9), especialmente cuando se prolongaba en sus enseñanzas. En consecuencia, se puede concluir que intercaló la discusión en su enseñanza para mantener la atención de la gente durante un período de tiempo tan extenso. También se sabe que Pablo sólo estaba de paso, y con indicaciones del Señor de que “no verían más su rostro” (20: 38).
Además, considerando su carácter pragmático, quería aprovechar esta visita corta para estimular a los creyentes a vivir en santidad y entregarse por completo al Señor.
Pablo era un hombre apasionado por Cristo, con convicciones fuertes que siempre se hacían presentes en sus mensajes; estas características le daban la fortaleza y perseverancia para entregarse a sesiones largas de enseñanza. Esto no era algo fortuito, sino que fueron características pensadas y preparadas de antemano en el corazón de Dios, para que a través de Pablo fuesen hechas accesibles al corazón de los seguidores de Jesús, en ese y en todos los tiempos (Efesios 2:10).