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Pablo inició su viaje a Roma, no como él lo hubiera imaginado. Le esperaba un largo tiempo en Jerusalén y en Cesarea, antes de partir por barco hacia la capital del imperio. Sabía que tenía que llegar a Roma para dar testimonio de Cristo pero no fue a predicar a otros gentiles el evangelio de salvación, y así cumplir el mandato de Cristo (Mat 28:19).
En este capítulo, Lucas habló de la defensa que hizo Pablo ante los judíos cristianos, y aún aquellos que todavía no lo eran, sobre su conversión en el pasado.
Pablo inició su defensa ante la multitud judía en su idioma de cuna (el hebreo) y con mucho amor y respeto los llamó “hermanos y padres” de la misma forma que se había dirigido Esteban años atrás (Hch 7:2). Es muy posible que en la mente de Pablo hubiera estado grabado aquel acto (Hch 7:58).
La defensa de Pablo fue muy bien aprovechada. Pablo predicó en Jerusalén el evangelio de Cristo a todos los judíos, con mucha cautela y con habilidad para hablar lo que el Espíritu Santo le daba que hablase. Uso las mejores palabras, y al igual que ellos también uso el mismo lenguaje, y llamándolos “amigos” empezó a hablar.
La palabra “padres” refiere a los principales líderes, gente del sanedrín que estaba presente. Les dijo, “Oíd ahora mi defensa”, y después ellos al escuchar a este hombre hablar en su mismo idioma se produjo un silencio total en aquel lugar.
Los presentes le brindaron a Pablo la oportunidad de hablar y defenderse ante las acusaciones. Le dieron el beneficio de la duda. Todos querían conocer su argumento. Esta era la primera de tres defensas que haría sobre este caso (Hch 22:3-21; 24:10-21; 26:2-23)