LBC Menú
Capítulos:
Parece que el éxito estaba asegurado. La salvación de toda una familia parece preceder la fundación de una nueva congregación y todo marchaba de manera excelente. Justo entonces se presenta la adversidad provocada por el enemigo de la iglesia para intentar detener la obra de Dios.
Resulta curioso que en este caso no sean los judaizantes los que intentan detener la obra del evangelio, sino directamente un ataque de las profundidades del infierno. La forma en que aquella joven poseída se expresaba de Pablo y sus acompañantes no tenía intenciones de ayudar a la proclamación del evangelio sino rebajarlo al nivel de un misticismo más. Las personas verían en la predicación de Pablo y su equipo lo mismo que en las premoniciones de esta adivina, lo que sin duda les podría llevar a conclusiones incorrectas. De ahí que Pablo decidió intervenir después de unos días de tolerar esta molesta intervención. Con la autoridad del cielo reprendió al espíritu maligno que poseía a aquella joven y lo echó fuera, proveyendo así libertad a esa alma esclavizada por el diablo. Una muestra más del poder del evangelio sobre las huestes de maldad del enemigo. Lo que resultó en libertad para aquella jovencita se convirtió en el fin del negocio de sus amos, quienes se beneficiaban por sus “dotes espirituales”.
Qué lamentable encontrar personas que se benefician con el sufrimiento de otros; pero en aquellos y todos los tiempos, el evangelio llega para dar libertad integral a la vida de las personas.
Los sucesos inmediatos se dieron en una ola de emociones que impidieron calcular los alcances de sus hechos. En menos tiempo de lo imaginado, Pablo y Silas estaban presos en lo más profundo del calabozo habiendo sido previamente azotados. ¿Qué provocó semejante final para ese día? Al parecer las influencias de aquellos amos enojados lograron romper con las normas establecidas. Los encargados de hacer justicia escucharon solo los argumentos a favor de aquellos amos molestos y sin cuestionar o indagar más aceptaron la culpabilidad de los visitantes y aplicaron los castigos más severos. Resulta curioso que apelaran al hecho de “somos romanos” y no siguieran las normas del derecho romano, pues ni siquiera se tomaron la molestia de investigar la ciudadanía de aquellos varones.
Azotados, colocados en el cepo y arrojados en el calabozo más escondido de la prisión, Pablo y Silas experimentaron un momento de quebrantamiento físico y persecución por causa de la predicación del evangelio. No podían esperar permanecer libres del ataque del enemigo mientras estaban liberando almas de la condenación eterna. En la oscuridad, sangrando, entumidos por la incómoda posición que provoca el cepo, Pablo y Silas pagan el precio por atreverse a romper las cadenas espirituales de aquella joven y proclamar el nombre de Cristo como el Hijo único del único Dios verdadero.