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Los judíos conocían muy bien el Antiguo Testamento. Sabían que el profeta Natán le declaró a David que su reino sería para siempre (2S 7:16) y que David también profetizó. (Sal 89:36,37); Isaías por su parte profetizó sobre un mesías con un reino eterno y también un mesías sufriente (Is 9:7; Is 53). Daniel habla sobre un reino eterno (Dn 2:44); Miqueas también habla del reino eterno (Mi 4:7) y Jesús mismo habló del reino eterno y de que estaría a la diestra del padre (Jn 12:34, Jn 3:14-16; Mt 22:42-45).
Pedro les dijo palabras conocidas por ellos, pero para hacerlas más accesibles y agradables, les recordó que tiempo atrás Dios había hecho un pacto con sus antepasados, con una promesa, de que en la simiente de Abraham serían benditas todas las familias de la tierra, comenzando con los judíos y que ahora mismo se estaba cumpliendo esa promesa en ellos. Eran los primeros en experimentar los efectos de la resurrección de Jesús.
“En tu simiente serán benditas todas las familias de la tierra”. Todos los pueblos de la tierra serían benditos en esa simiente, como se le anticipó a Abraham en Gn 22:18.
La palabra simiente se encuentra en singular, lo cual quiere decir que se refiere a una persona, no a muchas sino a una en especial en la que se cumple ese pacto y eso sin duda, ocurre en Cristo Jesús el Hijo de Dios. Primero alcanzando a los judíos y luego a todas las etnias del mundo.
La historia sigue en el Capítulo 4, en donde se menciona la impresionante cifra de 5000 varones creyendo al mensaje apostólico, por el milagro hecho en el cojo.