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Dios siempre tuvo cuidado de su siervo Pablo, y aunque en reiteradas ocasiones el enemigo fiero quiso destruirle, el ángel de Jehová acampaba a su alrededor. En esta ocasión permitió que un sobrino hijo de su hermana, de los cuales no se dice nada más en la Biblia, escuchó el plan de los perversos hombres que trataban de matarle. No se dice que edad tenía el sobrino ni como le hizo para entrar con facilidad a la fortaleza. Algunos comentaristas consideran que este muchacho seguía los pasos del abuelo y del tío, y que muy probablemente estudiaba en la escuela de fariseos, que por esa razón le fue fácil conocer las maquinaciones de los que querían matar a su tío. También es probable que como su hermana vivía en Jerusalén y los presos dependían del apoyo de su familia en cuanto a alimentación y otras necesidades, el sobrino pudiera pasar a ver a su tío sin ningún problema.
Dio aviso a su tío de la emboscada preparada, e inmediatamente Pablo le pide a un centurión que con prontitud llevara al joven ante el tribuno. No cabe duda que “cuando Dios ayuda hasta las canastas presta”. Lleva el centurión al joven ante el tribuno y éste solícito atiende al sobrino de Pablo. Dios seguía cumpliendo sus promesas para que cumpliera con su misión evangelizadora.