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Por la fiesta del pentecostés estaban de visita varones que que habían llegado de todas las regiones del imperio romano. Al escuchar al centenar de personas hablar en voz alta les llamó la atención, sobre todo porque les escuchaban alabar y glorificar a Dios en su idioma. Se empezó a reunir la multitud para ver si era alguno de sus conocidos o quienes eran estas personas. Solo el Espíritu Santo podía hacer que tanta gente se acercara para conocer al Dios verdadero, un verdadero milagro. Y al observar que los que adoraban a Dios eran judíos galileos, que estaban en Jerusalén esperando al Consolador prometido, y que nunca habían ido a otras regiones del imperio romano, fueron impactados sobremanera.
