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Desde que Pablo inicio su ministerio, enfrentó peligro de muerte (2 Co 11:23); en Damasco cuando empezó a predicar quisieron terminar con su vida y la salvo descolgándose por un muro en un canasto (Hch 9:22-25), después de su conversión a su regreso a Jerusalén unos griegos también atentaron contra su vida (9:29), En el templo de Jerusalén días atrás también procuraban matarle (21:31) Y esta es una de las últimas veces que se unen a formar un complot para asesinarlo (23:12). Más adelante solicitaron que Pablo fuera llevado de Cesarea a Jerusalén y en el camino liquidarlo (25:3)
Lucas el escritor, que pareciera que con su pluma pintara las escenas, narra cómo se reunieron algunos judíos lamentándose que Pablo se les hubiera escapado de las manos. El escritor no especifica si eran saduceos o los zelotes que estaban en contra del imperio romano y que aunque eran judíos tenían creencias diferentes a los fariseos, pero que era tanto su enojo que no les importaban sus desacuerdos y se pusieron de acuerdo más de cuarenta varones para ultimarlo (ver comentario Jn 16:1-4). Tal era el odio que se fueron a ver a los principales sacerdotes para hacerles saber su plan y para que convencieran al tribuno que trajera de nuevo a Pablo; estos hombres hicieron un juramento de no comer, ni beber nada hasta cumplir su cometido, en caso contrario la maldición cayera sobre ellos.
No estaban en ayuno ante Dios, sino en un pacto humano convincente de su determinación de acabar con la vida de Pablo. Cuántas veces religiosos perversos y autoridades solapadoras han permitido que se cometan crímenes contra cristianos, a través de los siglos, defendiendo ideales equivocados, vestidos de piedad o de justica. Los judíos lo hicieron contra Jesús, Esteban, Pablo y los apóstoles. A su tiempo los sarracenos árabes, la inquisición española y los crueles nazis, lo hicieron con los judíos.