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La multitud entonces guardó silencio y esa fue la oportunidad para una última participación por parte de Bernabé y Pablo que aprovecharon para contar que, así como Pedro, Dios había respaldado su ministerio de predicación a los gentiles y que se había manifestado con diversas señales, dando testimonio de que era Dios quien estaba en el asunto. El narrador Lucas no da en esta ocasión muchos detalles de esa participación que debió haber sido elocuente.
La autoridad moral de Pedro era incuestionable. Su experiencia personal reconocida por todos, y la amplia narración de los eventos de varios años que hizo al concilio, lo convertía en la persona de mayor peso para hablar sobre la predicación a los gentiles y disuadir en sus conceptos a los cristianos legalistas. Sin embargo, aquí surge un detalle que es sumamente importante: Pedro no era la cabeza de la iglesia, como la iglesia popular lo ha presentado, llamándole su primer papa. Pedro, fue uno más de los apóstoles y la verdadera autoridad la tenía Jacobo, el hermano del Señor.
Escuchada la última participación de los visitantes, toma la palabra el líder Jacobo. Este personaje, identificado como Santiago, el hermano de Jesús (Mt 13:55), era el director del concilio y por lo tanto quien tomó la palabra para dar fin a la misma, marcando sólo cuatro requisitos que los creyentes gentiles deberían de cumplir, bajo la dirección del Espíritu Santo (v.28). Nadie objetó su decisión, como se observa en seguida.