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Capítulos:
Este capítulo inició hablando del templo terrenal y concluye con el templo celestial, ahí donde mora Dios.
el templo de Dios … en el cielo. El templo es mencionado varias ocasiones en Apocalipsis: 3:12; 7:15; 14:15,17; 15:5-8; 16:1, 17, revelando su importancia en el futuro. En este caso se refiere al Lugar Santísimo celestial (no el templo entero) donde Dios mora en gloria trascendente. Ya había sido mencionado en los capítulos 4 y 5 como su trono. Ya Juan había visto el trono (4:5), el altar (6:9; 8: 3-5) y aquí el Lugar Santísimo (B. MacArthur p. 1862)
el arca de su pacto, queda a la vista la garantía de la fidelidad de Dios a su pacto, salvando a su pueblo y castigando a los enemigos de ellos y de Él. Se abre el lugar secreto, el santuario celestial (Mt 27:51, Heb 10:19,20), para reconfortar a su pueblo y después siguen los juicios a favor de ellos (14:15, 17; 15:5; 16:17) (Com.Ex. y Expl. de la Biblia p.786)
Y hubo relámpagos, voces, truenos, un terremoto y grande granizo.” Lo dicho en 4:5 y 8:5 se convertirá en una realidad aterradora. Puesto que el cielo es la fuente de este castigo sin precedentes, el juicio también procede del Lugar Santísimo de Dios. En el capítulo 6 el Cordero comenzó a abrir los sellos que destapan los juicios de Dios preparados para la humanidad incrédula y rebelde. Estos juicios de los sellos incluyen todos los juicios hasta el fin. El séptimo sello contiene las siete trompetas y la séptima trompeta contiene las siete copas.
Conclusión:
Los eventos mencionados en este capítulo pueden parecernos terroríficos, y es que así serán para los que permanezcan en la tierra; para nosotros los cristianos son advertencias que guían a tomar decisiones correctas y buscar hoy “el reino de Dios y su justicia, con la seguridad de que todo lo demás será añadido”, incluso estar en la presencia de Dios por la eternidad.
Estos eventos anuncian el triunfo final sobre el mal y de que el reino de Dios plenamente ha llegado. De que la presentación hecha por Juan el Bautista al introducir a Jesús, finalmente ha comenzado a cumplirse: “He aquí el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Jn. 1:29).