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Una lectura cuidadosa ayuda a precisar quién es el “está sentado en el trono”. Juan nos muestra en Apocalipsis que a veces es el Cordero (1:4; 3:21; 7:17; 19:5), otras veces es el Padre (4:2-6, 5:1, 11, 13; 6:16; 7:10; 11, 15, 8:3; 12:15; 14:3, 5; 16:17; 19:4; 20:11; 21:5), y algunas otras son los dos (7:9; 22:1; 22:3).
El libro de Revelación demuestra fehacientemente la deidad de Jesucristo.
Se observa que el Padre indica que nadie volverá a estar triste, pues lo pasado se fue y todas las cosas son hechas completamente nuevas (griego Kainós), lo cual precisa que está por iniciar un tiempo maravilloso de bendiciones. La garantía de éxito radicará en la unión mística del Cordero con su novia. Esta unión permite que la voluntad de la iglesia este perfectamente alineada con la de Jesucristo, su Señor, el novio más perfecto que jamás haya existido. Si existiera otra civilización en nuestro basto universo, no gozarían de una historia de amor tan preciosa como la que vivirá la iglesia de Cristo.
Los títulos que usa Jesucristo muestran que Él es Dios: “Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin”. Estos mismos epígrafes los utilizó el Padre para sí mismo: “Así dice Jehová Rey de Israel, y su Redentor, Jehová de los ejércitos: Yo soy el primero, y yo soy el postrero, y fuera de mí no hay Dios” (Is 44:6). Al iniciar el libro de Apocalipsis, el Apóstol dice que Jesucristo es “el Todopoderoso” (1:8).
En el evangelio de Juan, el Señor Jesús anunció que Él era “el agua que salta para vida eterna” (Jn 4:14) y ahora indica que “al que tuviere sed le daré gratuitamente de la fuente del agua de la vida”.
El que venciere heredará todas las cosas, y yo seré su Dios, y él será mi hijo”
Rodeados de permanente oposición, los vencedores se niegan a adaptarse al mundo y a cualquier impiedad que haya en la iglesia visible. Más bien oyen y responden a lo que el Espíritu dice a las iglesias, manteniéndose fieles a Cristo hasta el fin (Ap 2:26-29), aceptando solamente las normas de Dios reveladas en su Palabra (Ap 3:8). Como premio se sentarán con Cristo en su trono (Ap 3:21). Como vencedores, por la sangre de Cristo, no engrosarán la fatídica lista del versículo siguiente.