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“La nueva Jerusalén” es el objeto del amor del Señor. La frase “santa ciudad” es una hermosa forma de decir que allí morará el pueblo por el que Jesucristo dio su vida. La “ciudad santa” la novia del Cordero “desciende del cielo”, de la mano del mismo Dios, hermosa y virgen, como una muchacha virtuosa y con la dignidad de su pureza. Así como la esposa (hablando terrenalmente) es el reflejo de su esposo, hombre virtuoso y varonil, así la nueva Jerusalén es el reflejo de su esposo divino. Esta ciudad usa joyas y atavíos que su esposo ha escogido para ella. Ambos demuestran el amor más sincero, puro y perfecto que los ángeles hayan contemplado alguna vez.
Es importante notar la figura del matrimonio ya que recalca la fidelidad, en este caso del esposo hacia su amada. Dios ha sido un esposo fiel para la nación judía, a pesar de la infidelidad de ella. En Isaías dice: “Porque esto me será como en los días de Noé, cuando juré que nunca más las aguas de Noé pasarían sobre la tierra; así he jurado que no me enojaré contra ti, ni te reñiré” (54:9). Jesucristo es un novio fiel a su iglesia: “Fiel es el que os llama” (1 Ts 5:24) y le manda que permanezca fiel y sin mancha. Pablo dice en Efesios: “según nos escogió en El antes de la fundación del mundo, para que fuéramos santos y sin mancha delante de Él” (4:14). Dios como esposo magnífico cuida del pacto sellándolo con sus esponsales para siempre.