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Apocalipsis

Apocalípsis

Apocalípsis 1:1-3 “La revelación de Jesucristo, que Dios le dio, para manifestar a sus siervos las cosas que deben suceder pronto; y la declaró enviándola por medio de su ángel a su siervo Juan, 2que ha dado testimonio de la palabra de Dios, y del testimonio de Jesucristo, y de todas las cosas que ha visto. 3Bienaventurado el que lee, y los que oyen las palabras de esta profecía, y guardan las cosas en ella escritas; porque el tiempo está cerca”.


El Apocalípsis es un libro sobre el que existe un amplio consenso de que su autor fue Juan el hijo de Zebedeo, hermano de Jacobo, uno de los 12 discípulos de Jesús, como él mismo lo afirma en 1:1, 4, 9. El nombre se deriva del griego “apokalupsis” que es la primera palabra que aparece en este enigmático tomo y que simplemente significa “revelación”. Gregorio Niceno, uno de los llamados “Padres de la Iglesia” le llamó “el último libro de la gracia”, para indicar que no se debe esperar ninguna “revelación” más hasta que venga Cristo mismo. (Comentario Exegético y Explicativo de la Biblia, p. 748). El propósito del libro de Apocalipsis es mantener vivos el amor y la esperanza, al centrar la atención de sus lectores en la promesa de la venida del Señor y al preanunciar la victoria final del REY DE REYES Y SEÑOR DE SEÑORES (Ap 19:16).


Casi toda la interpretación del Apocalipsis se enfoca en que, si es futuro o no, si es alegórico o es literal, si es verdad o es mentira. No obstante, este es un libro en el que se deben seguir las mismas reglas hermenéuticas de interpretación que se siguen en los demás. Con todo, se entiende que hay alegorías y simbolismos difíciles de interpretar y con humildad se debe admitir que, en cuanto a interpretación, no todo está escrito. Además, para los creyentes, el libro de “Las Revelaciones” trata de lo futuro (algo que está por cumplirse); así que, la victoria final del bien sobre el mal aún no ocurre.


El inicio del libro es tan glorioso que Juan cae como muerto ante la presencia del Señor. En esta visión Cristo se presenta como el Hijo del Hombre, el Todopoderoso, el Dios del Alfa y la Omega, el que fue traspasado y murió, pero que ahora vive y regresa con toda su majestad para juzgar todas las cosas.


1. LA REVELACIÓN
Este es un documento muy valioso, pero también muy enigmático. Algunos no creían que este tomo fuera inspirado y decían que no debería estar en el canon bíblico, pero a partir del siglo IV la gran mayoría estuvo de acuerdo en que el lenguaje tan difícil del Apocalipsis no debería ser obstáculo para incluirlo. El enfoque futurista ve al libro coherente, en el que se puede usar como en los demás el método gramático histórico, especialmente en los Caps. 1-3 (Biblia de estudio MacArthur, p. 1845).


a.- ¿QUÉ ES UNA REVELACIÓN?
Una revelación es una visión o palabra de Dios que de ningún modo se hubiera podido conocer mediante una investigación humana; es algo secreto u oculto que el Señor tuvo a bien dar a conocer al ser humano. El texto de 1:1 muestra el camino que siguió esta “revelación”: La revelación de Jesucristo, la que Dios dio a Juan por medio de su ángel para compartirla a nosotros. La Biblia Nueva Versión Internacional lo escribe así: “Jesucristo envió a su ángel para darla a conocer a su siervo Juan” (1:1b)

El libro de Apocalipsis es correlativo del libro de Daniel, por lo que es muy recomendable leerlos juntos para tener un panorama más claro. Interesante es recordar que a Daniel se le dijo que sellara y cerrara hasta el tiempo del fin, (Jn 12:4) mientras que a Juan “porque el tiempo está cerca” (1:3) se le ordena que lo revele. (Comentario Exegético y Explicativo de la Biblia, p. 751).


b.- EL LUGAR Y LA OCASIÓN
El lugar es la isla de Patmos, situada a unos ochenta kilómetros al suroeste de Éfeso, la cual mide dieciséis kilómetros de norte a sur y diez de este a oeste. Era una pequeña isla-prisión rocosa e inhóspita. Acomodado entre sus rocas pudo el amado anciano escribir las terroríficas visiones que le esperarían al mundo en el futuro; debe decirse que es el único libro del Nuevo Testamento que específica claramente el lugar en donde se recibieron.

La ocasión no puede ser más oportuna, la iglesia era perseguida por el malvado emperador romano Domiciano en el año 96, un hombre que no dejaba de perseguir a los discípulos de Jesús, pues estos no reconocían al César como el señor a quien tenían que rendir tributo y adoración; así que, considerando a Juan uno de los principales propagadores de la religión cristiana, lo desterraron a esa isla. Estando en la isla de Patmos, Domiciano no esperaba que Juan pudiera causar ya más problemas; sin embargo, su poderoso escrito, el libro de Apocalipsis, impartió un especial ánimo a la iglesia para que continuara reconociendo al Señor Jesús como el único y verdadero gobernante universal. Hoy los tiempos han cambiado mucho, pero todavía existen regiones en el mundo en donde la fe cristiana es objeto de severa persecución.


c.- LA PROMESA DEL MENSAJE
Esta es la primera de siete bienaventuranzas que aparecen en Apocalipsis (leer 1:3; 14:13; 16:15; 19:9; 20:6; 22:7,14). La palabra bienaventurado, “makarios”, se puede traducir como “bendecido por la gracia divina”. La Biblia TLA (Traducción en Lenguaje Actual) la traduce como “¡Dios bendiga al que lee en público este mensaje! ¡Y bendiga también a los que lo escuchen y lo obedezcan!” Las bendiciones del Señor descienden tanto sobre la persona que lee en voz alta las palabras de este apocalipsis en el servicio local de culto, como sobre los oyentes que escuchan con reverencia y obediencia esas palabras. (Comentario al NT, Apocalipsis, S.KIstemaker, p. 95)

Para Meditar

El Señor Jesucristo lo ilustró con dos tipos de hombres: uno prudente y el otro insensato. Un hombre prudente es aquel que escucha su Palabra y la pone por obra; mientras que uno insensato es quien la escucha y la olvida. (Mt 7: 24-27); el hombre que toma en serio las palabras que escucha se está preparando para recibir al Rey de reyes. William Barclay, el famoso comentarista bíblico, sobre Apocalipsis 1 dice: “oír la palabra de Dios es un privilegio; obedecerla, es un deber.”

En la antigüedad, leer en las sinagogas los Salmos o los Profetas traía gran complacencia, y era un privilegio especial que producía alegría en los participantes. En las iglesias se ha conservado la liturgia de leer en voz alta la Escritura de la misma forma que en se hacía en el AT; siguiendo luego a una persona que explica la palabra leída, (esto hoy se le llama enseñanza o predicación). Es interesante conocer cómo el Espíritu Santo actúa tanto en los que leen la Palabra como en los que la escuchan y la obedecen.


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