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Ahora se unen a la alabanza y adoración a Dios una multitud incontable, ¡que hermoso será oír la alabanza de un innumerable coro de voces compuesto por gente de todas las naciones, quienes darán gloria al que vive y reina por los siglos de los siglos! En la visión, Juan ve que el trono está rodeado por unos seres vivientes, luego por los veinticuatro ancianos y enseguida por los ángeles. Estos santos se postran y adoran a Dios. Como hablando de círculos concéntricos, estas creaturas inician la alabanza diciendo: “Así sea, amén”, reconociendo que la bendición, la gloria y la sabiduría pertenecen a Dios.
Adorar a Dios es sublime, sentir la presencia de Dios es algo incomparable, y más maravilloso será estar ante su trono, después de obtener la victoria; mirarle cara a cara, sentir esa gratitud por haber efectuado nuestra redención, todo eso será incomparable. La presencia de Dios que el creyente experimenta aquí es solo un ensayo de la alabanza venidera. La importancia de hacerlo ahora y no en ese tiempo.