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El ángel cumple la orden recibida, los cuatro ángeles estaban preparados para este tiempo y probablemente eran los jefes o capitanes de los seres designados a matar la tercera parte de los seres humanos. El número de estos ejércitos era de doscientos millones. Menciona además a los caballos y a sus jinetes, y habla primero probablemente del color de sus corazas, (La Biblia NVI dice que “tenían corazas de color rojo encendido, azul violeta y amarillo como azufre”) y luego describe su carácter: que tenían gran fuerza y velocidad, y que eran en gran manera feroces. En sus bocas y en sus colas (las cuales eran semejantes a serpientes) tenían el poder para dañar y matar. Así, por las plagas que estos ejércitos propician (posiblemente pestilencias y epidemias) muere la tercera parte de los hombres.
20 Y los otros hombres que no fueron muertos con estas plagas, ni aun así se arrepintieron de las obras de sus manos, ni dejaron de adorar a los demonios, y a las imágenes de oro, de plata, de bronce, de piedra y de madera, las cuales no pueden ver, ni oír, ni andar; 21 y no se arrepintieron de sus homicidios, ni de sus hechicerías, ni de su fornicación, ni de sus hurtos”.
Los hombres que sobrevivieron a estas plagas no mostraron siquiera una pequeña pisca de estar afectados por el dolor que habían contemplado, siguieron con sus vidas como de costumbre. Una terrible dureza e indiferencia en sus corazones que les seguía llevando a una vida inmoral. Eso, principalmente, como un producto de su adoración a los ídolos. Los judíos, dice un comentarista, creían que la idolatría era el pecado por excelencia de los gentiles, que los conducía a prácticas inmorales. Este pasaje es similar al de Daniel 5:23, en donde Daniel interpela al Rey Belsasar acusándolo de adorar ídolos a pesar de que su padre Nabucodonosor, había reconocido el dominio del Altísimo sobre el reino de los hombres. Su sentencia de que iba a perder el reino fue escrita por una mano en la pared (Dn. 5:24-30).
Conclusión: En este capítulo los moradores de la tierra han llegado a un punto en el que su maldad es merecedora de juicio. Las primeras cuatro trompetas causaron grandes daños a la tierra, pero en el capítulo ocho de Apocalipsis verso trece, un ángel indica con un lamento, un ¡ay!, que las siguientes trompetas traerán dolor y muerte a los habitantes de la tierra, los cuales han rehusado volver la mirada y el corazón a Dios. ¡Cuán grandes son la misericordia y la justicia divina! La primera trompeta da tiempo para arrepentirse y salvarse, la segunda actúa de manera soberana, no tolerando el pecado; pero los toques de la quinta y la sexta son estremecedores, tanto debido a quienes ejecutan los juicios cómo a sus consecuencias: dolores insoportables y muerte. Sin embargo, lo más impactante es ver que los hombres no reaccionan a tales acontecimientos y siguen pecando; ellos continúan andando por un camino que los llevará a su propia destrucción.
Apocalipsis revela el carácter de Dios, y esto sirve de advertencia a la Iglesia para perseverar en la fe, y no desviarse, porque la venida de Jesucristo está cerca. “¡Velad, pues, porque no sabéis el día ni la hora en que el Hijo del Hombre ha de venir!” (Mt 25:13).