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Apocalípsis 21:3-4 “Y oí una gran voz del cielo que decía: He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y él morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios. Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron”


Probablemente quien habla en estos versículos es el mismo ángel que ha acompañado a Juan hasta aquí. Su “gran voz” se debe tomar como señal de autoridad y fuerza. La voz decía que el Señor Todopoderoso ha tenido la bondad de “morar” entre los seres humanos. Sin duda, Juan recordaba lo que había escrito en su evangelio: “Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros” (Jn 1:14). El Antiguo Testamento menciona que el tabernáculo, donde estaba el Arca de la Alianza, se ponía en medio de las doce tribus, representado la presencia de Dios en medio de su pueblo. Ésta, ha sido la idea de Dios por siempre: “morar con su pueblo”.

En todo el Antiguo Testamento se manifiesta este pensamiento: a) En el huerto, el Señor se paseaba al aire del día (Gn 3:8); b) al caminar con Enoc y luego llevárselo (Gn 5:22); c) en la escena de la escalera con Jacob (Gn 28:12); d) en la nube blanca de día y la columna de fuego por la noche (Ex 13:21); e) en el horno de fuego con los jóvenes hebreos (Dn 3:25). El Nuevo Testamento nos narra como “la palabra” se hizo carne (Jn 1:14), nació de una mujer y con su nombre “Emanuel, Dios con nosotros” (Is 7:14; Mt 1:23). El punto culminante de esta relación será cuando la iglesia se convierta en la esposa del Cordero. Este es el sentido dual del verbo (griego: eimí): “Dios mismo estará” (será). El gran deseo del Padre ha sido tener íntima comunión con sus hijos. Al fin de todas las cosas, el Dios amoroso será íntimamente el Dios de la iglesia.

“Enjuagará Dios toda lagrima de los ojos de ellos” dice el ángel. La iglesia somos muchos, de todas las naciones y pueblos, pero somos uno en el Señor. Dios como amante esposo, que cuida de su amada, quitará, con su propia mano las lágrimas de ella. Mediante una “metonimia” (figura retórica que identifica el efecto por la causa) se explica que Dios sanará las razones que pudieran hacer sufrir el corazón de su esposa: “no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor”. La razón de ser consolados es “las primeras cosas pasaron”. “Desparecen para siempre los efectos del pecado, tales como la angustia, el dolor, la infelicidad y la muerte (7:16,17; Gn 3; Is 35:10; 65: 19; Ro 5:12), porque las cosas malas del primer cielo y de la primera tierra habrán pasado completamente. Es evidente que los creyentes, aunque recuerden las cosas dignas de recordar, no recordarán las que les ocasionen angustias (Is 65:17)” (B. de estudio Vida Plena p.1886)



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