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El motivo de tal gozo es debido a que ha llegado el cumplimiento del plan eterno de Dios con la Iglesia. Además, “Démosle gloria” al que es digno de recibirla pues Él es el Dios de pactos que cumple sus promesas indefectiblemente. La iglesia que, por la causa de Cristo, sufrió por defender su fe y testimonio, ahora es recompensada. Hasta este momento y después del capítulo 3 de Apocalipsis la iglesia no había sido nombrada, pues fue ya arrebatada por Cristo en el rapto. Pero ahora, hace su aparición de nuevo para ser retribuida y premiada por el objeto de su amor, su Cristo y Señor.
“Han llegado las bodas del Cordero”. El sustantivo usado aquí para nombrar a Jesús es Cordero, lo que recuerda a la iglesia la muerte expiatoria de Cristo, su Mesías salvador, que como cordero inmolado dio su vida para la salvación del mundo. De este sacrificio nació la iglesia, la cual está formada por todos aquellos que han creído que este sacrificio es suficiente para su salvación. A la iglesia se le atribuye un calificativo muy hermoso: “su esposa”. Ella ha esperado mucho este momento sublime. El tiempo de ser desposada por el autor de su salvación y por la cual Él se había entregado con el fin de presentarla perfecta y gloriosa, ha llegado. Siguiendo la figura de una boda, la novia, dice Juan: “se ha preparado”. La preparación consiste en ataviarse con el traje nupcial y así recibir a su Esposo. Las características de su atuendo son muy especiales. Su vestidura está elaborada de “lino fino, brillante, puro y resplandeciente”, siendo este el color del vestido propio de los santos. Es una esposa gloriosa y reluciente, sin arruga, sin mancha ni cosa semejante.
“Las acciones justas de los santos” comenta Lahaye: “constituyen las obras hechas en la vida del creyente en vinculación con Cristo y bajo el poder del Espíritu, las cuales forman las vestiduras de los fieles cuando se unan al Señor”. La iglesia, la esposa del Cordero debe estar constantemente vestida en la justicia de los santos (2 Co 5:2-4), y debe cuidar su vestidura de toda impureza de pecado. Ninguna persona que vive en impureza puede pertenecer a la iglesia de Cristo. Aunque físicamente este presente, en realidad, no pertenece a la iglesia “invisible” de Cristo. Un falso creyente podrá engañar al ojo humano y hacerse pasar como miembro del cuerpo, pero a Cristo, quien personalmente recibe a sus miembros, es imposible.