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Esta es una repetición de regocijo y adoración a Dios por la victoria de la redención y por la destrucción de la Babilonia; es el triunfo final de Cristo sobre el Anticristo; de Dios sobre Satanás; y del Espíritu Santo sobre el espíritu del mal. El “humo” se refiere a una destrucción perpetua de mal representado por Babilonia que no volverá a surgir jamás.
A las voces que escuchó Juan al principio de este capítulo se unen las de los “veinticuatro ancianos” (Ap 4) que pueden representar al cristianismo de todas las épocas; y la de los “cuatro seres vivientes”, que son ángeles de alto rango, querubines. Los querubines han estado presentes a lo largo de la historia bíblica: a) en labor de ser guardas de la santidad de Dios (Gn 3:24); b) en la tapa del propiciatorio con las alas extendidas en una posición que manifestaba la guarda de la gloria del Altísimo (Ex 25:18-20); c) bordados en clas cortinas que dividían el lugar santo del lugar Santísimo (Ex 26:31-33); Ahora, junto con los veinticuatro ancianos se les ve “postrados de rodillas” con la determinación de expresar una suprema sumisión y además pronunciando la palabra “Amén”, equivalente a decir “que así sea”, ratificando así todo lo dicho anteriormente y manifestando con la palabra “Aleluya” una señal de hacer suyo el regocijo y la alabanza.