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El juicio ante el gran trono blanco, 20:11-15

Apocalípsis 20:11-15 “Y vi un gran trono blanco y al que estaba sentado en él, de delante del cual huyeron la tierra y el cielo, y ningún lugar se encontró para ellos. 12Y vi a los muertos, grandes y pequeños, de pie ante Dios; y los libros fueron abiertos, y otro libro fue abierto, el cual es el libro de la vida; y fueron juzgados los muertos por las cosas que estaban escritas en los libros, según sus obras. 13Y el mar entregó los muertos que había en él; y la muerte y el Hades entregaron los muertos que había en ellos; y fueron juzgados cada uno según sus obras. 14Y la muerte y el Hades fueron lanzados al lago de fuego. Ésta es la muerte segunda. 15Y el que no se halló inscrito en el libro de la vida fue lanzado al lago de fuego.”


El juicio descrito aquí se llama “el juicio del gran trono blanco” e incluye a los perdidos de todas las épocas. Algunos creen que serán incluidos en este juicio los que fueron salvos durante el reinado milenario de Cristo en la tierra (Biblia de Estudio Plena, p. 1886)

El “trono” que ve Juan en esta visión es “blanco”. El color sugiere que es grande e imponente, puro, santo y justo. Aunque los tronos del milenio (20:4) son para los santos que deberán juzgar junto con Cristo, este asiento celestial es mucho más grande y refleja el estrado de juicio del Dios viviente.

Se ha especulado mucho en cuanto a la identidad del juez en este trono, si se refiere al Padre celestial o a su hijo Jesucristo. Aunque el texto no afirma de manera explícita quien es, por las declaraciones que Jesús hizo, podemos inferir que se refiere a Él (Mateo 25:31-46). Es verdad que para los judíos el papel para la vindicación final del pueblo y el juicio era algo que le pertenecía solo a Dios. Una referencia clara a dicha concepción se puede encontrar en Isaías 45:23: “Por mí mismo hice juramento, de mi boca salió palabra en justicia y no será revocada: Que a mí se doblará toda rodilla”.

Por el Espíritu Santo, Pablo toma la referencia de Isaías y la aplica a Jesús: “Para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor para gloria del Dios Padre” (Fil 2:10-11). Dios Padre le ha dado potestad al Hijo para juzgar, como lo declaran: Daniel 7:26; Juan 5:22-27; Hechos 17:30,31. “Dios se sienta en él como juez (Ap 4:2,3,9; 5:1,7,13; 6:16; 7:10,15) en la persona del Señor Jesucristo” (Biblia MacArthur p. 1876)

Al final de los mil años, Cristo le entregará el reino al Padre (1 Co 15:24) y comenzará el reino final y eterno de Dios y del Cordero (Ap 21:1 — 22:5)

La declaración que sigue también es tema de debate: “del cual huyeron la tierra y el cielo, y ningún lugar se encontró para ellos”.

“Para borrar toda señal de pecado, habrá una destrucción de la tierra, las estrellas y las galaxias. Serán sacudidos el cielo y la tierra (Hageo 2:6; Heb 12:26-28) y se desvanecerán como humo (Is 51:6). Las estrellas se disolverán (Is 34:4) y se destruirán los elementos (2 P 3:7,10,12). La tierra renovada se convertirá en el lugar de habitación de la humanidad y de Dios (vv. 2,3,10; 22:3-5)” (Biblia Vida Plena p. 1886).

“Ap 20:11-15 describe el juicio final de todos los incrédulos de todos los tiempos. Nuestro Señor se refirió a este suceso como “la resurrección de condenación” (Jn 5:29). Este juicio tiene lugar en el vacío indescriptible de espacio y tiempo que existirá entre el fin del universo actual (v.11) y la creación de cielos nuevos y tierra nueva (21:1)” (B. MacArthur p. 1876)

Pablo dice que “la creación será libertada de la esclavitud de corrupción, a la libertad gloriosa de los hijos de Dios” (Ro 8:21). En el milenio se vive en un ambiente de prosperidad y el lobo jugará con el cordero (Is 11:6-9), el corazón del hombre habrá sido transformado. Después del juicio, la tierra será renovada y la Nueva Jerusalén estará disponible para los hijos de Dios.

La universalidad e imparcialidad de Dios se ven reflejadas en la frase: “Y vi a los muertos, grandes y pequeños”. Todos los injustos resucitarán para juicio y estarán delante de Dios. Los “grandes y pequeños” puede significar: viejos y jóvenes; poderosos y débiles (Lev 19:15) o reyes y plebeyos. El estándar para el juicio es “según sus obras”. Pablo, en la carta a los Romanos, habla que la salvación es por gracia de Dios y la fe en el Señor Jesucristo (Ro 2:3-11). La creencia de salvación por obras era parte del judaísmo. Pero una verdadera fe manifiesta buenas obras según lo aclara el apóstol Santiago (Stg 2: 14-17). Las obras de los justos serán probadas, no juzgadas, en el tribunal de Cristo (1 Co 3:12-15; 9:24-27) y a pesar de no haber fundamentado bien su actuar cristiano, “él mismo será salvo, aunque, así como por fuego” (1 Co 3:15). Las obras que se juzgarán en el gran Trono blanco serán las de los impíos.

12Y vi a los muertos, grandes y pequeños, de pie ante Dios; y los libros fueron abiertos, y otro libro fue abierto, el cual es el libro de la vida; y fueron juzgados los muertos por las cosas que estaban escritas en los libros, según sus obras.


13Y el mar entregó los muertos que había en él; y la muerte y el Hades entregaron los muertos que había en ellos; y fueron juzgados cada uno según sus obras. 14Y la muerte y el Hades fueron lanzados al lago de fuego. Ésta es la muerte segunda. 15Y el que no se halló inscrito en el libro de la vida fue lanzado al lago de fuego.”

En este juicio, también son juzgados “La muerte y el Hades”. El Hades (Seol) es el reino de los muertos y todos los que se encuentran allí son impíos. Los judíos que creían en la resurrección se preguntaban cuál sería el destino de aquellos que murieron en el mar (y los abandonados o sacrificados) y al no ser sepultados correctamente, se encontraban fuera del Hades. El apóstol Juan aclara esta duda diciendo: “Y el mar entregó los muertos que había en él” “la muerte y el Hades son lanzados al lago de fuego”. En Ap 1:18 se menciona que Jesús tiene las llaves de la muerte y del Hades. Estas son palabras o expresiones sinónimas, que describen el estado de la muerte. Pero la muerte es la condición mortal en sí y Hades, (en griego), equivale al término Seol (hebreo) en el AT, que es el lugar de los muertos. En ese versículo se precisa que Cristo decide quien vive, quien muere y cuando.

Todos los muertos injustos se presentarán en el juicio ante el gran trono blanco y ninguno de ellos escapará. De todos los lugares en los que se hubieran depositado los cuerpos de los muertos injustos, saldrán cuerpos nuevos preparados para ser arrojados al lago de fuego. Ésta es la muerte segunda.

Inspirado por el Espíritu Santo el apóstol Pablo declara en su Primera Carta a los Corintios: “Luego el fin, cuando entregue el reino al Dios y Padre, cuando haya suprimido todo dominio, toda autoridad y potencia... luego que todas las cosas le estén sujetas, entonces también el Hijo mismo se sujetará al que le sujetó a Él todas las cosas, para que Dios sea todo en todos” (15:23-28)



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