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El concilio en Jerusalén, Hch. 15:1-35

Hechos 15:7-11
“Y después de mucha discusión, Pedro se levantó y les dijo: Varones hermanos, vosotros sabéis cómo ya hace algún tiempo que Dios escogió que los gentiles oyesen por mi boca la palabra del evangelio y creyesen. Y Dios, que conoce los corazones, les dio testimonio, dándoles el Espíritu Santo lo mismo que a nosotros; y ninguna diferencia hizo entre nosotros y ellos, purificando por la fe sus corazones. Ahora, pues, ¿por qué tentáis a Dios, poniendo sobre la cerviz de los discípulos un yugo que ni nuestros padres ni nosotros hemos podido llevar? Antes creemos que por la gracia del Señor Jesús seremos salvos, de igual modo que ellos”.


Una vez más el historiador no da detalles sobre las discusiones sino sobre los postulados principales. La discusión fue mucha, seguramente por momentos acalorada, se escucharon todas las posturas, las interpretaciones, los argumentos, los testimonios.

El hecho de que se reunieran los ancianos y apóstoles y que luego se de una discusión, da a entender que se reunieron con las dos partes en conflicto, dejando a la iglesia general en espera. Semejante nota es importante para las conclusiones y formas de trabajo que se aplicaron en este caso y que son un ejemplo para la iglesia de todos los tiempos de cómo abordar los casos complicados que se presentan. Y que nadie se alarme por la ”mucha discusión”

Atendidos todos, se levantó Pedro para dar su opinión. Es probable que hasta entonces, dirigidos por un moderador, las partes en desacuerdo eran las que habían estado hablando y los ancianos y apóstoles escuchando cada participación, pero considerado el momento oportuno se levantó un fuerte testigo del avivamiento gentil para hacer uso de la palabra. Su argumentación muestra considerandos muy interesantes.

1.Dios escogió que los gentiles oyesen. Pedro hace referencia a lo narrado en el capítulo 10 de este mismo libro, donde con lujo de detalle se muestra la forma en que Dios trató con él para convertirlo en el primer judío cristiano en compartir el evangelio a los gentiles. Aprendida la lección, Pedro tuvo por cierto que no es otro sino Dios mismo quien escogió y decidió que los gentiles oyeran el evangelio.

2.Dios les dio testimonio con el derramamiento del Espíritu Santo. El siguiente argumento del apóstol, es que Dios mismo confirmó la genuina salvación de los gentiles con un recurso imposible de imitar por el hombre. La llenura del Espíritu Santo se hizo presente como un testimonio de que Dios estaba en el asunto.

3.Dios no hizo ninguna diferencia. Recalca enseguida el hecho de que todo hasta aquí ocurrió en igualdad de circunstancias. La oportunidad de escuchar el mensaje fue exactamente la misma para unos y otros. La presencia del Espíritu Santo se manifestó exactamente en las mismas condiciones. Luego entonces, Dios no estableció ninguna diferencia entre judíos y gentiles.

4.Dios purificó sus corazones por fe. El argumento final y central del apóstol es éste: La salvación, la purificación, la llenura del Espíritu Santo, todo ocurrió únicamente en base a la voluntad y soberanía divina, pues Dios es quien hace todas estas cosas. Y de una manera notoria, destaca la única acción que era necesaria para recibir toda esa lista de beneficios: la fe. La fe, entonces es exactamente igual; no es mayor la fe del judío ni es más importante la del gentil. Los dos requieren de la gracia de Dios y de la fe, para obtener la purificación de sus corazones.

5.La conclusión final de Pedro es que, si estas cuatro argumentaciones eran ciertas; entonces, contravenir a Dios buscando ir en contra de las acciones que ya ha realizado, es tentarlo, provocarlo y rebelarse contra su voluntad claramente expresada en los hechos narrados por el apóstol, y sin duda en lo que ya había ocurrido en Antioquía y en el ministerio de Bernabé y Pablo a los gentiles.

6. ¿Por qué tentáis a Dios? poniendo sobre la cerviz de los discípulos un yugo que ni nuestros padres ni nosotros hemos podido llevar? Esta pregunta hace pensar en otras como: ¿Podemos decirle a Dios que no deje oír el evangelio a los gentiles, que no les dé el Espíritu? ¿Qué autoridad tenemos para decirle a Dios que haga diferencia entre unos y otros, y que no purifique a los gentiles sin nuestro consentimiento? Y que juntos confesemos la imposibilidad de cumplir la pesada Ley

7. El cierre de Pedro es por demás sugestivo. Con su expresión, “antes creemos que . . . seremos salvos como ellos”, como diciendo, ellos ya son salvos y si aceptamos esta realidad entonces también nosotros tendremos acceso a la gracia que les ha sido manifestada.

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