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Al levantarse las altas autoridades de sus asientos, hicieron señal que la reunión había concluido y se fueron comentando el resultado de la audiencia, entre sí, como ocurre generalmente en estos casos. Pablo había pronunciado un elocuente discurso, en un griego elegante, en el que había cuidado de no usar palabras tales como “gentiles” y el nombre “Jesús”, que pudiesen ser ofensivas para su auditorio. Sin embargo con mucha templanza había expuesto las condiciones principales que llevan a la salvación, tal y como Jesús se las había indicado camino a Damasco (v 18) reafirmando la realidad de que Jesús había resucitado y lo había comisionado a predicar su evangelio entre judíos y gentiles.
En su conversación al retirarse de la audiencia, Festo y Agripa coincidieron en que el mensaje de Pablo, no contenía ninguna amenazas para el imperio romano, y que tampoco había cometido delitos que merecieran la prisión o un castigo de muerte.
El único motivo que encontró Agripa para dejarlo preso y enviarle ante el César era que el mismo Pablo lo había pedido. Si no hubiera sido así, el lo hubiera dejado libre. No sabían que todos estaban ayudando a que se cumpliera el plan de Dios, de que Pablo tenía que llegar al la corte imperial de Roma. Seguramente con algunos otros datos recabados con los tribunos que ahí se encontraban presentes, pudieron redactar la carta que le enviarían al emperador Nerón.
Lucas con este escrito seguía recabando pruebas de que el cristianismo no estaba en contra del imperio romano, ni representaban algún peligro. Tal vez teniendo en mente la introducción que hizo en este segundo tratado, dedicado al excelentísimo Teófilo, llamado el Libro de los Hechos de los Apóstoles.